Abril bajó lentamente la escalera, con cada paso sintiendo que el suelo podía abrirse bajo sus pies.
El eco de sus zapatos resonaba en el enorme vestíbulo, un sonido hueco que parecía marcar una cuenta regresiva.
Su corazón golpeaba contra su pecho, pero no era de nervios por una boda… era miedo, rabia, impotencia.
Al llegar al final de la escalera, se detuvo unos segundos para tomar aire. Frente a ella se extendía un pasillo ancho, alfombrado, que conducía hasta el despacho de Gregorio.
Desde allí, ya podía percibir el leve aroma a licor mezclado con el perfume amaderado que siempre lo acompañaba.
Empujó la puerta y lo encontró sentado detrás de su escritorio, como si nada en el mundo estuviera fuera de lugar. Él parecía absorto en unos papeles, pero al verla entrar, levantó la mirada. No dijo nada.
Abril se dirigió hacia la ventana, sin mirarlo aún.
Afuera, el jardín estaba lleno de personas trabajando.
Colocaban arreglos florales, cintas blancas y mesas decoradas con manteles de en