Greg bajó al comedor con el ceño fruncido, su semblante más helado de lo normal. El sonido de sus pasos resonaba fuerte en el mármol, como un eco que anunciaba su malhumor.
Al sentarse, la empleada doméstica —una mujer de mediana edad con manos temblorosas— le sirvió el café con rapidez.
Él llevó la taza a los labios, pero apenas un sorbo bastó para que la escupiera violentamente sobre la mesa.
—¡¿Qué demonios es esto?! —bramó, estrellando la taza contra el platillo con tanta fuerza que la vajilla tintineó—. ¡¿Por qué sabe cómo veneno?!
La mujer dio un respingo, palideciendo.
—L-lo siento mucho, señor... es que... su café... siempre lo prepara la señora, y...
Greg la fulminó con la mirada.
—¿Y por qué no lo hizo hoy? —gruñó, encendiendo su furia—. ¿Qué más hace esa mujer además de preparar café y causarme dolores de cabeza?
La empleada tragó saliva, su voz apenas un susurro.
—Señor... su esposa... no llegó a dormir anoche.
El mundo pareció detenerse un instante. Greg se quedó paralizado. Las palabras se clavaron como un puñal.
—¿Qué dijiste? —preguntó, con un tono que mezclaba rabia e incredulidad.
Ella bajó la mirada, temblando.
Greg se puso de pie de golpe, su corazón latiendo con furia inexplicable. ¿Por qué le afectaba tanto? ¿Por qué esa sensación de traición le quemaba por dentro?
Se dirigía a la entrada para salir hacia la empresa, cuando la puerta de la mansión se abrió de par en par... y ahí estaba ella.
Abril.
Entró con pasos lentos, el cabello despeinado, los labios resecos y las ojeras marcadas. Parecía una sombra de sí misma.
Greg se cruzó de brazos, su mirada dura.
—¿De dónde vienes?
Ella alzó los ojos, pero luego los bajó de nuevo.
La noche anterior volvía a pasarle por la mente como un carrusel de imágenes borrosas y caricias incendiarias.
«Qué bajo he caído por ti, Greg… Qué bajo me arrastró este maldito amor. Ya no me reconozco…»
Finalmente, respiró profundo y lo miró con decisión.
—Fui a un bar. Bebí hasta perder la cuenta. Y después... me divertí en la cama con un hombre guapísimo. —Sonrió con ironía—. ¿Quieres que te cuente los detalles?
Greg sintió que algo se rompía dentro de él. Dio un paso al frente, alzando la mano, a punto de abofetearla... pero se detuvo.
La mirada de ella lo atravesó como cuchillas.
—¿Qué pasa, esposito? ¿Acaso estás celoso?
Su mano tembló. Bajó el brazo lentamente, reprimiendo su furia.
—Lo que tú hagas me da exactamente igual. Lo único que quiero es que me des un hijo. Solo entonces podrás largarte de mi vida. Y recuerda esto: si no lo haces, en cualquier momento podrías recibir noticias de que tu padre... está muerto.
Greg se marchó sin mirar atrás.
Abril lo siguió con la mirada, con una mezcla de horror, tristeza y rabia.
Ya no reconocía al hombre que alguna vez amó con todo su ser.
Subió a la habitación, se quitó la ropa lentamente y entró a la ducha.
El agua caliente acariciaba su piel, pero no lavaba la suciedad que sentía por dentro.
Sonrió, recordando fugazmente la noche anterior.
—Era tan guapo... ¿Quién serías, extraño...? Bah, da igual. Nunca volveré a verte.
***
—¡Encuéntrenla! ¡No me importa cómo ni dónde! —rugió Amadeo Dubois, arrojando un portapapeles contra el escritorio—. Quiero saber quién demonios fue esa mujer.
Miró la imagen captada por las cámaras de seguridad de la entrada del edificio.
La misma mujer que había invadido su auto por error.
Su mente no podía dejar de recordarla: su perfume, sus labios temblorosos, la forma en que lo besó como si quisiera arrancarse el alma con cada roce.
La gente decía que Amadeo Dubois era frío, inaccesible... incluso que era gay. Pero estaban todos equivocados.
Simplemente, ninguna mujer había logrado despertar algo real en él.
Hasta anoche.
***
En la empresa Villalpando, Greg estaba encerrado en su oficina, revisando papeles sin leerlos realmente.
La puerta se abrió suavemente y Jessica entró, visiblemente alterada.
—Mi amor… —dijo, con voz temblorosa— hay algo que debes saber. Estoy tan nerviosa, tan asustada...
Greg se levantó de inmediato, rodeándola con los brazos.
—Tranquila, lo que sea, lo resolveré. ¿Qué pasa?
Jessica tragó saliva, como si no supiera cómo decirlo.
—Estoy embarazada… ¡Vamos a tener un hijo!
Greg la miró con asombro.
Por un segundo quedó mudo, pero luego su rostro se iluminó con una sonrisa que no le había dedicado a nadie en meses.
—¡Jess! ¡Vamos a ser padres! ¡Te amo!
Abril, que entraba justo en ese momento con unos documentos en mano, se congeló al escuchar esas palabras.
Todo el mundo se le vino abajo. Los papeles cayeron de sus manos sin que se diera cuenta.
Su corazón se quebró con un crujido invisible, pero ensordecedor.
Los vio besarse, felices... radiantes.
Mientras ella, seguía rota.
Mientras ella esperaba un milagro que no llegaría jamás.
—Abril —dijo Jessica, fingiendo sorpresa y alzando la barbilla con arrogancia—. Vaya, qué metida. Pero bueno, ya sabes. Estoy esperando un hijo de Greg. Apúrate en embarazarte de otro hombre, porque él ya no puede seguir casado contigo. Tiene que cuidar de mi hijo.
Abril sintió náuseas. No de asco, sino de tristeza y furia contenida.
—¡Quiero el maldito divorcio, Greg! ¡Esta basura de farsa se acabó!
Greg intentó detenerla, sujetándola del brazo.
—¡Si te vas, haré que tu padre muera, Abril!
Ella lo abofeteó con toda la fuerza de su desprecio.
—¡Y yo haré que nunca veas un centavo de tu herencia!
Salió sin mirar atrás. Greg se quedó inmóvil, frotándose la mejilla enrojecida, completamente perplejo.
«Esta mujer… ya no es la misma. ¿Dónde quedó la Abril que me amaba ciegamente? ¿Me está olvidando...? ¿De verdad... me está olvidando?»