Bajó la mirada, tragando saliva con dificultad. Su voz, apenas un susurro cargado de rabia contenida, fue lo único que se atrevió a pronunciar.
—¿Qué…? ¿Qué has dicho?
Él la miró con dureza. El desprecio en su mirada era como un puñal que se clavaba sin piedad.
—No quiero que vuelvas a ver a ese hombre. A partir de hoy, te concentras en lo único que me importa: dar a luz a ese bastardo… y en lograr que mis abuelos me den la presidencia. Eso es todo lo que quiero de ti. Lo demás, me importa una m****a.
Ella apretó los puños con tanta fuerza que las uñas se le clavaron en las palmas.
Un silencio tenso se apoderó de la habitación. Sus ojos, antes humillados, se alzaron encendidos por una furia incontrolable.
—¡Vete al infierno! —gritó, con una voz que resonó como un trueno.
Él avanzó un paso, desafiante.
—Tienes tres meses —continuó ella sin miedo—. Solo tres meses para conseguir lo que prometiste: la presidencia... y liberar a mi padre de la prisión.
—¿Y si no? —espetó él, frunciendo el