—¡Abril está embarazada! ¡Hijo, felicidades! —exclamó la abuela entre lágrimas, rodeando con sus brazos a Gregorio mientras sus ojos brillaban de dicha.
Greg se quedó paralizado.
Los músculos de su rostro se tensaron al escuchar esas palabras que cayeron como un puñal directo al corazón.
Su respiración se detuvo por un instante. Los ojos, muy abiertos, reflejaron un horror absoluto.
Pero entonces… sonrió.
Una sonrisa falsa, tensa, como si su piel estuviera intentando contener un incendio interior.
—Sí… eso quería contarles. —murmuró con la voz quebrada, obligándose a sostener esa mentira.
—¿Y dónde está Abril? —preguntó la abuela emocionada—. ¡Tengo que abrazarla, felicitarla, bendecir a ese bebé!
Greg tragó saliva.
Sus pensamientos se atropellaban. Imágenes de Abril con otro hombre cruzaban como relámpagos por su mente.
La furia hervía bajo su piel, pero debía mantener la compostura.
—Ella… fue a descansar. Abuelos, ahora no es un buen momento. Pero iré a verla enseguida —dijo, dando