El amanecer tiñó el horizonte de gris. La ciudad todavía dormía cuando Dante cerró el maletín y se ajustó el reloj.
En el interior, reposaban las fotos del crimen de Ramírez, los planos de la mansión y una serie de registros que Edgar había obtenido del teléfono del mecánico.
Cada número, cada nombre, cada detalle conducía a un mismo punto: los Lauren.
Ivana lo observaba desde la puerta, con la mirada cansada.
—No me digas que vas a salir otra vez sin escolta.
—No puedo quedarme esperando a que vuelvan a intentarlo.
—¿Y si lo hacen mientras estás fuera? —preguntó ella, con la voz quebrada.
Dante se acercó y la tomó por la cara.
—Entonces mátalos primero.
—Dante…
—No vamos a sobrevivir si seguimos jugando a ser las víctimas.
Edgar apareció detrás, cargando un maletín metálico.
—El rastro de los fondos lleva a la empresa de transporte de los Lauren —informó—. El mismo almacén donde guardan los vehículos blindados para los eventos de caridad.
—Entonces ahí iremos —dijo Dante.
Ivana lo mi