La terraza del museo estaba iluminada con guirnaldas blancas y el suave sonido de la fuente central. El aire fresco de la noche suavizaba el calor de los reflectores. Los invitados con copas en mano se movían como fichas de ajedrez: algunos aplaudían, otros cuchicheaban, pero todos estaban atentos al espectáculo de la familia Brown y los Lauren.
Ivana caminaba del brazo de Dante, sus pasos eran firmes y la seda improvisada de su vestido la hacían ver invencible. Henry caminaba a un costado de ellos, orgulloso. Margarette se mantenía siempre en el ángulo perfecto para las cámaras discretas, acompañada de los Lauren.
El presentador levantó la copa.
—Por las familias que sostienen nuestro patrimonio. Por los Brown y los Lauren.
El eco del brindis se expandió por la terraza como un mandato. El cristal chocó con el cristal y el vino corrió por las gargantas ansiosas. Dante bebió con calma. Ivana apenas rozó la copa con sus labios: sabía que aquella no era una celebración, sino una aren