La alfombra del hotel brillaba como un río pulido que conducía al salón principal. Las luces cálidas, la música de cuerdas y el murmullo de la alta sociedad a medio camino entre el halago y el juicio. En la entrada, los fotógrafos tomaban fotos en ráfagas que parecían fuegos artificiales en miniatura.
Dante le ofreció su brazo e Ivana lo tomó sin vacilar. No era una alianza por amor, al menos eso se decían, era un pacto. Henry caminaba un paso detrás de ellos, con la espalda recta y el mentón orgulloso. Margarette ya estaba adentro, recibiendo a los invitados con una sonrisa de anfitriona perfecta. Cuando los vio cruzar la puerta, su mirada se ensombreció un segundo al verlos y luego volvió a la dulce hipocresía.
—Señor Brown —saludó la directora del museo a Dante—. Qué gusto tenerlo aquí. Y a usted, señora… —miró a Ivana con curiosidad—, la nueva señora Brown.
—Ivana —dijo él, apretando suavemente el brazo de su esposa—. Ivana Brown.
Los murmullos se propagaron como una ola d