—¿Viste su cadáver? —preguntó con curiosidad Karem a su amiga.
Liliana frunció el entrecejo ante la inesperada pregunta. Aun así, respondió:
—No, cuando llegué ya había muerto. Prácticamente solo me trajeron para la lectura del testamento.
—¿Te trajeron? —repitió Karem, confundida.
—Sí, los Fiorini —respondió de forma escueta. Luego, al recordar que su amiga no sabía nada de lo ocurrido la noche de la cena, decidió contarle—: Después que te fuiste de la tienda, me fui a casa y me alisté para ir al aeropuerto. Cuando llegué, Celeste me entregó un sobre, uno que solo leí estando allí…
Mientras Liliana relataba todo lo sucedido, Karem la escuchaba con atención. En cierto modo, se sintió culpable por haberla dejado sola aquella tarde. Tal vez, si hubiera estado a su lado, se habría enterado antes de que Enzo Fiorini había muerto. Sin embargo, esa noche, como tantas otras, debía cumplir con su trabajo como acompañante de un reconocido empresario en Madrid.
—¿Qué piensas hacer? Imagin