Anne seguía mirando dibujitos cuando la levanté en brazos y caminé hacia mi oficina. Dan estaba allí, acomodando sus cosas en un rincón. Tenía una pequeña mochila abierta, un par de pesas en el suelo y una esterilla de entrenamiento. Su camiseta gris se tensaba sobre los hombros marcados, y el movimiento de sus brazos al levantar algo me dejó sin aire un instante.

—¿Todo bien? —pregunté, intentando disimular mi atención.

Él se giró, sonriendo apenas.

—Sí, solo ordenando un poco.

Anne estiró los brazos hacia él y Dan la tomó sin dudar, haciéndola reír. Esa facilidad que tenía con la niña me desarmaba, me confundía.

—Veo que trajiste equipo —comenté, señalando las pesas.

—Sí —respondió, encogiéndose de hombros—. Me gusta mantenerme en forma.

Me crucé de brazos, con una media sonrisa.

—Bueno, supongo que a muchos hombres les gusta eso… sobre todo a los que quieren gustarle a otros hombres.

Lo dije con un tono casual, casi provocador. Él me miró fijo, sin perder la compostura.

—Tamb