La tormenta de la noche anterior había dejado la casa envuelta en un silencio extraño, roto solo por el golpeteo del agua que seguía escurriendo de los techos. Abrí los ojos lentamente, con la sensación de un peso tibio sobre mí. Tardé un segundo en darme cuenta de que no estaba sola.
Dan.
El brazo fuerte de Dan rodeaba mi cintura, y lo peor, lo que me hizo contener la respiración de golpe, fue descubrir que Anne estaba también entre nosotros, durmiendo plácidamente. La pequeña tenía la manito cerrada en un puño sobre el pecho de él, y Dan roncaba apenas, con el rostro relajado a centímetros de mi cuello.
Un ataque de incomodidad me recorrió de arriba abajo. ¿Cómo habíamos terminado así? ¡Él, yo y la bebé, todos en la misma cama! Tragué saliva con fuerza, intentando no moverme demasiado. Si me escabullía con cuidado tal vez él no se daría cuenta.
Me incorporé un poco, con movimientos torpes, pero el brazo de Dan se apretó más contra mí, como si de manera inconsciente intentara retenerme. Casi grité de la sorpresa, pero me contuve. Anne soltó un balbuceo, como si también reclamara mi cercanía.
—Eh… tengo que levantarme —murmuré apenas, más para mí misma que para él.
Dan abrió un ojo, aún medio dormido, y me miró con una sonrisa somnolienta.
—Buenos días —susurró con voz ronca.Mi estómago se contrajo. Esa voz no era justa tan temprano.
—Buenos… —respondí, apresurándome a apartarme de su abrazo. Me senté al borde de la cama, intentando recomponerme, aunque mi corazón golpeaba como un tambor.
Él se estiró con calma, y con un gesto natural se acomodó a Anne en el pecho.
—Quédate tranquila, yo me ocupo de ella. Ve a cambiarte si quieres. Haré algo de desayunar.—¿Desayunar? —pregunté incrédula, sin poder evitar reírme bajito por lo absurdo de la situación.
—Claro, ¿o pensabas que iba a dejarte pasar hambre después de sobrevivir a la tormenta conmigo? —me guiñó un ojo, y yo casi me atraganté con mi propia saliva.
Me levanté rápido, murmurando algo que sonó parecido a “gracias” y me refugié en el baño. Cuando me miré al espejo, tuve que apoyarme en el lavabo para recuperar el aliento. ¿Qué me estaba pasando con ese hombre? Apenas lo conocía y ya estaba afectándome demasiado.
Cuando llegué a la cocina, la luz había regresado. La lluvia seguía golpeando con fuerza los ventanales, pero adentro todo estaba tibio y acogedor. El aroma del café recién hecho me golpeó antes de cruzar el umbral.
Y ahí estaba él, con Anne sentada en su sillita alta, que milagrosamente había dejado de llorar. Dan se movía con naturalidad frente a la estufa, sirviendo waffles dorados en un plato, como si siempre hubiera pertenecido a mi cocina.
—Huele… increíble —admití, todavía desconcertada.
Él me sonrió de costado.
—Ya está casi listo. ¿Tienes miel?—En el armario de arriba.
Dan buscó el frasco, lo abrió y roció con generosidad los waffles. El gesto fue tan simple, tan doméstico, que me desarmó. Me senté frente a Anne, que golpeaba la mesa con las manos en un intento de reclamar su porción.
—Veo que también se te dan bien los desayunos —dije, intentando sonar despreocupada.
—Con niños alrededor, aprendes. —Le cortó un trocito pequeño y se lo dio con cuidado, bajo mi mirada sorprendida.
—¿Anne puede comer eso también? Tiene azúcar —pregunté con desconfianza.
—No le puse demasiada. Y ya estoy definiendo su plan alimentario, aprovecho para comentarte.
Me quedé en silencio un instante.
—Genial —respondí, apenas con un hilo de voz.
Empezamos a comer, y el sabor me golpeó de inmediato.
—Esto está delicioso —admití con la boca llena.Dan rio, y en ese momento, por algún descuido imperdonable, un hilo de miel resbaló por mi barbilla. Lo sentí demasiado tarde.
—Tienes algo aquí —dijo él, señalando con el dedo.
Antes de que pudiera limpiarme con la servilleta, Dan se inclinó y con un gesto natural me rozó la piel, atrapando la gota pegajosa con la yema. El contacto fue un rayo eléctrico que me recorrió la espalda.
Lo peor vino después: se llevó el dedo a la boca y lo lamió, como si no fuera nada.
Me quedé helada, con las mejillas ardiendo.
—Yo… —balbuceé—. Debo irme pronto.Él solo me miró con esa calma irritante, como si no hubiera notado lo que acababa de provocar.
Recogimos la mesa en silencio, aunque cada roce accidental me ponía los nervios de punta. Anne volvió a reírse en su sillita, rompiendo la tensión.
Cuando dejé los platos en la pileta, respiré hondo y me giré hacia él.
—Lo siento… por lo de anoche. Te pagaré por quedarte.Dan arqueó una ceja, divertido.
—No tienes que preocuparte por eso. Después arreglamos, ¿sí?—No, en serio…
—De verdad. —Su mirada fue tan firme que me obligó a callarme.
Me mordí el labio, con el corazón galopando otra vez. Lo peor era que, en el fondo, una parte de mí no quería que se fuera nunca más ¿Qué diablos sucede contigo Nikita?
Carajo, eso se estaba tornando más peligroso que cualquier tormenta.