CAPITULO 4

Provócame”

—Estás como que muy molesta.

El timbre de la última hora suena.

Como rayo recojo mis cosas, salgo del salón y Pía me sigue.

—Estoy furiosa. Me echaron de una clase —todos se van y yo me vuelvo hacia mi amiga—. Es la primera vez en la vida que me sacan de una.

Resoplando continúo el camino fuera de la universidad.

—Yo creo que estás molesta por algo más que la expulsión —Lula me pasa el brazo por los hombros y aminora mi andar—. A otros puedes decirles lo que quieras pero no a nosotras oruguita —la miro de reojo—. Por ejemplo, podrías empezar explicando porqué te transformaste cuando papi rico Jankins se presentó en el salón.

Me quedo callada y al bajar las escaleras de la entrada las enfrento.

—Estoy molesta por dos cosas. La primera: me pilló en el vestuario con Dan —las dos abren la boca tan grande que fácil podrían tragarse diez moscas cada una. Están por bombardearme a preguntas pero me anticipio y lanzo el otro dardo, prefiero explicar lo segundo y no lo primero—. Dos: el tipo que era fiscal y confidente de mi hermana mayor, que acabó metiéndola en una trampa y la entregó a un asesino y violador casualmente es este —abro comillas—, "profesor".

Ambas me toman de los brazos, acorralándome para que no se me ocurra huir a sus preguntas. 

—¿Ese sujeto... Es... este sujeto?

Muchas veces les hablé de mi hermana, de Jordan, de Nicolas.

Les hice el cuento en varias oportunidades, remarcando en mayúsculas que el cretino de Ciro Walker había sido la persona en quien mi hermana más confiaba y él, que no pudo llevársela a la cama en contrapartida la llevó a los brazos del psicópata de Hayden.

—Pues es un cretino con mucha suerte. ¡Y muy guapo! —silba Lula.

Pía le asiente—. Por lo que sé es un conocido de mi padre y él lo recomendó para el puesto. ¿Estás segura que son la misma persona?

—Cuando fingió su muerte entró al programa de protección a testigos —objeto—. Recuerdo a mi hermana decir que cambiaría de identidad.

—Qué lío... ¡Pero qué buen lío!

Mis amigas se ríen, restándole seriedad al asunto. No entienden ni la mitad de lo que significa la presencia de Ciro Walker aquí.

Es un tipo peligroso, y más peligrosa va a ponerse Charlotte cuando le cuente quién volvió de entre los muertos.

—A todo esto —Lula me codea, rompiendo mi momento de auto-tensión—. Me imagino que el marido de tu hermana habrá de ser harto papito porque para rechazar semejante menú, seguro hay que tener otro muchísimo mejor.

Sujeto con mis dedos uno de sus rizos y se lo jalo fuerte.

—No te pases —la reto entre risas. Risita pero muy en serio—. Te corto la lengua si dices cualquier obscenidad de Nico.

—Yo sólo opino que —se nos aleja trotando—. ¡Ni Dios sabe lo que daría por lamerle ese Fe que tiene tatuado en la clavícula!

Saco un bolígrafo de mi bolso y se lo aviento en un tiro que le pasa cerca.

Partiéndose de risa se desaparece. Tiene una cita con nosequién y Lorenzi y yo una escapada al mall para elegir los vestidos de la fiesta del sábado.

—No te amargues de antemano, Alex —el chófer de la familia Lorenzi nos espera al pie de las escaleras, estacionado contra la acera.

Un Mercedes de colección trae la portezuela trasera abierta y aguarda por nosotras.

—No estoy amargada. Estoy echando humo. Estoy furiosa.

Se sienta a mi lado y el coche arranca.

—¿Porque quieres defender a tu hermana? ¿Porque el sujeto es un maldito inescrupuloso? ¿O por todo lo anterior y porque el sujeto es un buen polvo andante y eso te frustra?

Inmediatamente recuerdo sus miradas furtivas en el baño del vestuario. Cómo sus ojos se descongelaron y su cuerpo reaccionó a mi provocación.

Cerdo degenerado.

—No me frustra —contesto—. Es muy buenmozo, pero la rabia sigue ahí y si mi hermana no pudo joderlo yo sí lo haré.

Ya sé cómo.

—Se quedará poco tiempo. Hasta que papá consiga otro reemplazo.

No importa el lapso, lo que importa es que se va a arrepentir de haberse cruzado conmigo.

—¿En verdad no lo conocías? —curioseo.

—Si lo hice no lo recuerdo. Estaba pequeña cuando se frecuentaban.

Llegamos al centro comercial y nos bajamos en las puertas principales evitando que el chófer se meta en la coladera de coches que van al parking.

—Hablando de otros asuntos, ¿ya pensaste qué vas a usar?

Disfrutando de las vidrieras entramos primero la boutique de lencería, porque a vestido nuevo, ropa interior sin estrenar.

—Algo largo, plateado y apretado —contesta, mostrándome un diminuto colaless con transparencia.

Río a carcajada limpia porque le enseño uno igual pero beige.

—Golfa —me susurra. 

—Zorra —contraataco.

—¿Ya pensaste qué vas a usar? —repite la misma pregunta que le hice recién.

—Rojo, corto, ajustado —hundo los hombros, decidiéndome por un conjunto de tres prendas en encajes negros, brasier, bragas y liga.

—Si es un buen vestido, no lleves sostén —pasa por mi lado, en lo que avanzo hacia la cajera para pagar lo mío.

—Si es un buen vestido no lleves absolutamente nada —le bromeo.

—No es tan mala idea —opina con cara de estárselo pensando—. Al menos a la hora de tirarme a alguien no demoraría demasiado en desvestirme. Sólo tendría que...

—Son veinte euros —la mujer nos interrumpe.

Está apurada e impaciente así que pago, salgo del local y espero a mi amiga que viene a mí con la potencia de un huracán.

—Entiendo porqué lo evadiste con Lulita. Conociéndola sé que es capaz de gritarlo a los cuatro vientos y hacer que toda la universidad se entere.

Enarca una ceja y me regala su expresión de quiero, necesito, exijo detalles.

—¿Qué? —suelto.

—Te estabas follando a Daniel y te pilló el profesor misterioso —su mueca centella rebeldía—. So?

—Se quedó allí, viéndome —trago saliva ante el gesto de fascinación de Pía—. No dijo ni una palabra. Sólo me miró y el muy cerdo pervertido se prendió con lo que vio.

Contrario a los estándares de amiga normal que se escandalizaría con mis palabras, ella aplaude como desquiciada.

—¡Me hubiera encantado ser espectadora del mini espectáculo también!

—¡Pía!

—¡Ay que no! Es la fantasía más vieja y cliché del universo cuando tienes un profesor tan hot como el nuestro. Aparte... Si no pudo con la mayor... Que pruebe con la pequeña, ¿no?

La empujo y empiezo a caminar—. ¡Estás bien loca!

Pensar en lo que sucedió, en mi hermana, en que se enamoró de mi hermana, en que la traicionó cuando Charlie puso las manos al fuego por él y él solamente la usó para llegar a Jordan...

Carajo

No quiero tener nada que ver con ese sujeto pero a la vez me muero de ganas de hacerle los días a cuadritos.

—Luego te vas a acordar de mí. Porque seguro el caballero se quedó hambriento y quien quita que no quiera echarle candela al fuego.

—Cállate —la miro de soslayo.

—Si en algún momento efectivamente se te presenta la oportunidad y desistes, pásamelo a mí. Yo me sacrifico.

—¡Las cosas que tengo que escuchar, por Dios!

Se aferra a mi brazo, largando carcajadas.

—Esto es como Las Vegas sólo que lleno de excentricidades. Disfruta Alex, que Charlotte no podrá juzgarte y no tienes que sentir culpa o enojo por algo que pasó hace seis años.

—Lo dices como si fuera a...

—Es que va a, colorada. Prendiste fuego a un tipo que se nota que tiene la libido por las nubes. Lo ves hasta en su forma de hablar... No intentes convencerte de lo contrario porque no vale.

—Es un profesor.

—Bajo un nombre falso que estará a lo sumo un mes dictándole clases a un alumnado que supera hace rato la mayoría de edad.

—Y lo odio —me sale sin siquiera razonarlo.

—¿Y cuál es el drama? Al fin y al cabo coger con odio y morbo es de los placeres más deliciosos que existe.

Empiezo a sacudir la mano para que pare con el divague.

—Ya te estás saliendo de control.

—Claro —su celular suena y antes de atenderlo me ratifica—. Si te tiras al profe te pondré en un altar y te rezaré todas las noches —estoy por retrucarle pero me silencia con su dedo—. ¿Hola, papi? ¿Qué pasa?

Se enfrasca en una corta conversación con el señor Lorenzi y lo despide enseguida.

—¿Todo bien? —paro por un café mocca y le compro uno expreso sin azúcar a ella.

—Es papá. Está en el restaurante Moliniers.

Arrugo el entrecejo.

—¿Arriba?

—Sí —hace mohínes—. Le pedí dinero extra porque necesito zapatos nuevos.

—¿En serio?

Tomo un sorbo del café y vamos a la escalera mecánica.

—El tatuaje de mi brazo me salió unos buenísimos euros, Alex.

—¿Te quedaste sin mesada?

Subimos lentamente.

En la mano que cuelga mi bolsa de Victoria llevo mi vaso térmico de café, con la otra toco la baranda de caucho negro que va ascendiendo a medida que la escalera lo hace.

—Me quedé sin mesada y me gasté el límite de la tarjeta.

—Eres demasiado mimada —sacudo la cabeza.

Estamos en el piso superior del centro comercial. El tercero, que carga un sinfín de restaurantes. Comida armenia, mediterránea, china, indú, colombiana, sitios de sushi y ceviche.

Todos con estrellas Michelín.

—Mira querida, cuando ganes mucho dinero modelando, sabrás que para gastar jamás alcanza. Nunca existe el límite.

Pasamos frente a varios locales y nos detenemos en el de sushi.

Allá, en el interior del restaurante se encuentra Gaultier Lorenzi en compañía nada más y nada menos que del jodido Ciro Walker.

—Eso no me lo esperaba —murmura Pía, notando la tensión que me carcome al observarlo.

—Ni yo pero tendré que acostumbrarme. Es el amigo de tu padre y nosotras somos amigas, desdichadamente le veré la cara seguido.

Nos acercamos a la mesa y Gaultier se pone de pie para saludarnos.

—Me alegra notarlas tan felices y contentas.

Fuerzo una sonrisa, tensándome cada vez más con el escrutinio descarado que me hace Walker quien sentado, con las piernas cruzadas y el brazo apoyado en el respaldo me mira con burla; seriedad en su expresión y risa en los ojos.

—Cuando salimos de compras siempre estamos felices y contentas.

El padre de Pía le entrega una tarjeta negra y mientras trato de estar tranquila, me centro en la mesa de sushi.

No en Ciro.

Nunca en Ciro.

—¿Qué tal el nuevo profesor? —me pregunta Gaultier.

Alzando una ceja reparo en el amable director que tan bien me cae.

Tan buena gente, qué lástima que no sepa elegir a sus amigos.

—Aún no podemos apreciar que llene los zapatos que dejó el señor Ben Harris —digo con educación e indiferencia. Sin dirigirle la mirada al cerdo canalla.

Lorenzi se muestra asombrado y Pía atina a reírse.

—Vaya —se atreve a objetar en un tono bastante sarcástico el bufón—. Ocurre que esta señorita no pudo apreciar la exigencia académica porque acabó expulsada de la asignatura a quince minutos de haber iniciado la clase.

El director se asombra y no es para menos. Jamás me echaron. Repito, jamás me han echado. 

—El caballero parece padecer problemas de ego. Le importó demasiado lucir bien en su presentación que ni siquiera se molestó en articular palabras claras cuando quedó frente a la clase —más suelta y con mi lengua afilada puntualizo—. Me sacó por no ponerle atención.

—Te retiré por interrumpir ordinariamente.

Lo fulmino con la mirada, deseando retorcerle el cuello.

—Me disculpé con usted por eso. Pero como le dije en su momento, lo confundí de persona. Si hubiera alzado un poco más la voz quizá le habría escuchado el nombre en primera instancia.

—Yo creo que... Tenemos que ir a elegirnos los vestidos —Pía, mediando me sostiene del brazo y tira de mí.

—Sin dudas Archie es una de las personas en quien más confío así que estarán bien vigiladas en clase.

—Pues tenga cuidado Gaultier —le manifiesto sin poder reprimirme—. Recuerde que Judas antes de ser traidor fue discípulo.

El semblante de Ciro se contrae en enojo y crispación. Se tensa pero se aguanta porque el comentario le da la talla y lo sabe.

Pía sigue tirando de mi brazo hasta que me aleja de esa mesa.

—Alex... Tienes que controlarte. Es posible que papá ni siquiera sepa lo que ese hombre ha hecho. Yo no quiero disgustarlo.

—Si no lo sabe hay que abrirle los ojos y si es consciente del trigo que es este cerdo sinvergüenza, pues hay que ayudarle a que entienda que la puñalada se la puede dar en cualquier momento.

Bajamos al primer piso y nos arrimamos a la boutique más grande y llamativa. Aquí me compré ropa con el dinero extra de mi primer evento y admito que tiene de todo y me encanta.

—Mi padre es grande y se las apañará sólo, tú no te metas en líos. ¿Si?

Respiro hondo y asiento.

—Alex... —me advierte.

—Okey. Okey...

La calmo con eso pero en verdad, m****a que me voy a quedar tranquilita. Le voy a hacer los días a una m****a a Ciro. Le voy a recordar cada vez que pueda lo que es tener a un Donnovan enfrente.

Recorro las filas adornadas en perchas cargadas de vestidos. Todos están en liquidación y es un notición para mí porque puedo permitirme comprar tres o cuatro con lo que pagaría por uno.

—¿No que ibas por el rojo?

La cara de Pía se asoma por entre los atuendos asustándome.

—También me gusta el negro —elijo uno de diseño corto y ceñido—. Y el borgoña.

No me paseo demasiado por la tienda. Hay tres que vi, me encantaron y me los voy a probar.

Soy demasiado expeditiva al salir de compras. Me gusta, me lo pruebo y si me queda me lo llevo.

Le aviso a Pía que voy a estar en probadores y en un cubículo cerrado con cortinas de tercipelo rojo empiezo a desvestirme.

El espejo me va de la cabeza a los pies así que analizarme no va a ser problema.

El primero que uso es el borgoña, el cual enseguida que no puedo subir la tela tan ceñida por mis piernas queda descartado.

Sigo con el negro. Es corto, apretado, llega a los muslos y se anuda en el cuello. Tiene un escote poderoso y me gusta.

Resalta, me queda bien.

Este me lo llevo.

Me lo quito lentamente y voy por el último. El rojo; al que sólo ojeo porque una vez me probé el mismo modelo y no pude comprármelo por el alto precio que tenía.

Me fascinó cómo se me veía. Y ahora que está en descuento, que es mi talla y que lo tengo en mis manos... Me lo voy a comprar.

Lo usaré el sábado, sin dudas.

Mientras agarro mi blusa la cortina del probador se abre apenas.

—Ya tengo lo que me voy a llevar —digo abotonándomela—. ¿Elegiste lo tuyo?

—No creo que vaya a llevarme nada pero lo que veo indiscutidamente me fascina.

La piel se me eriza, jadeo del susto y levanto la mirada, fijándola en el espejo.

—No sé ni cómo llegaste —su presencia me asombra y me enerva— pero lárgate.

Descaradamente baja la mirada por mi cuerpo.

No tiene reparos ni vergüenza. Sus ojos me están comiendo.

—Lamento informarte que eso... No va a ser —entra al probador con la mayor confianza—. Ahora entiendo porqué tu novio te llama dragona cada vez que habrá de follarte.

Giro con la blusa a medio abotonar, sin pantalones y descalza.

—¿Te gusta verlo? —espeto con mordacidad.

Hunde los hombros con desinterés.

—Admiro lo bueno.

—Degenerado de m****a —levanto el mentón—, si me tocas te corto los dedos. Así que en tu lugar me iría de aquí al mismísimo demonio.

ARCHIE JANKINS

Lo que acabo de hacer es una completa locura pero es que de locos está hecho el mundo.

No podía deperdiciar la oportunidad, teniéndola en el mismo centro comercial y sabiendo en dónde se encontraba comprando.

Cierro la cortina detrás de mí, ignorando el hecho de que parece una leona enjaulada con las garras hacia adelante y los colmillos afilados.

Desde la mañana quedé en una encrucijada de la que no he podido salir y solamente ella va a saciar todas mis curiosidades.

—Vengo con una idea y de pronto lo que veo me gusta muchísimo y siento ganas de tomarlo.

Trago al reparar en la sutil cola del dragón que descansa en su muslo.

Repito que... Esta niñita viene de otro planeta.

Si vestida se prende fuego, semidesnuda es el infierno ardiendo en llamas.

Con un tatuaje como ese, cualquiera andaría fantaseándola.

—¿Ah si? —su postura de guerrera se desvanece y ahora me provoca.

Y su provocación me pone contra las cuerdas porque pueden pasar dos cosas. Puedo perder mi aparato con una patada o puedo perder el poco control que me queda mandando mi juicio a la m****a y lamerle todo el tatuaje, el abdomen y chupar ese coño hasta que se corra en mi boca.

—Sí —doy dos pasos hacia adelante.

Ella maneja la posibilidad de retroceder porque tiene espacio para hacerlo y no lo hace.

Se me planta con mirada helada y cuerpo de perdición, tentándome a meterle mano por todas partes.

—Me gustaría que lo intentaras una y otra vez —me susurra.

Y su susurro es una inyección letal de sangre y excitación a mi entrepierna.

Si esa boquita prende así sólo hablando lo que no será mamando duro.

—Si mi mañosa alumna me lo permite, puedo darle clases extracurriculares.

En su rostro tallado, como obra de arte reluce una mueca demasiado oscura, maliciosa y siniestra.

Y como que de pronto siento calor y tengo que sacarme la chaqueta.

Y de pronto habla tan bajo que trago saliva muchas veces de corrido.

Y me centro en sus labios y la manera que se mueven, soltando palabras.

Y quiero morderlos, lamerlos, besarlos...

—No soy tan fácil —levanta un poco más el mentón y sigo acercándomele—. A mí me tienen que buscar, y rogar y cuando se arrastran suplicándome por algo de atención entonces, recién ahí considero dar lo que piden.

Su vocecita me sofoca y hundo las manos en los bolsillos para no irme a su rostro, a su cuello, a sus tetas y a esa cinturita deliciosa que no me deja pensar en otra cosa.

Imagino su cadera contoneándose sobre mí y el espectáculo que festeja mi mente es digno de pirotecnia.

Si esas caderas se estuvieran moviendo sobre mi verga, serpenteándome, montándome me correría como un precoz de m****a sin dudas.

—Creo que estás sobrevalorándote —la desafío cuando la tengo a tan poca distancia que aspiro su perfume.

No cualquier perfume.

Es el Carolina Herrera. El rosa que no en cualquier piel sienta bien.

—¿Será? —su aliento a café me da de lleno.

Me estoy desquiciando yo solito.

Yo solito me meto en líos.

Una chiquilla que vi hace unas horas no puede haberme dejado tan mal de la cabeza.

—Pienso que no eres una niña extraordinaria ni singular. Ardiente y muy sensual sí, pero también creo que cuando la palabrería se te termina eres lo que eres.

Se me aproxima y sus labios gruesos rozan los míos.

Nunca llegan a tocarse y no sé lo que va a ser de mí porque me aferro a nadita de autocontrol.

Estoy a... Cero de empujarla contra el espejo.

—¿Y qué soy, profesor?

Le sonrío.

—Una niña buena que juega a ser mala.

—Se equivoca... —entorna la mirada y va directo a mi oído— Porque a mí me encanta ser la villana.

No me toca y yo ya estoy tan prendido como si me hubiera manoseado y besado veinte veces.

—Interesante perspectiva... Para quién empezó un jueguito bastante morboso en el vestuario de la universidad.

—¿Acaso vino por más? Profesor... ¿Usted es masoquista?

Me relamo y no me resisto, le sujeto la barbilla, alejándola de mi oreja.

—Vengo a terminar lo que iniciaste —ronroneo.

No hace esfuerzo ninguno por zafar de mis dedos, sólo mantiene esa expresión candente y peligrosa que me da a entender que juega muy ociosa conmigo y yo caí... De nuevo.

Que soy el ratón acorralado en las garras del león... Mejor dicho del sabroso dragón.

—Entonces concordamos en que... Efectivamente no estoy sobrevalorándome, ¿verdad? Porque si lo hiciera, usted no estaría asediándome como un depravado —no me tutea—. No andaría buscándome —mi erección se endurece en el momento que su tersa mano quita la mía de su mentón y la va bajando lentamente por el abdomen al que mi imaginación no le hizo justicia—, no estaría aquí muriéndose de ganas de coger con su alumna, ¿cierto? —mi palma se detiene en su muslo, muy adentro donde su piel hierve—. Si no fuera algo extraordinario usted no estaría por correrse en los pantalones.

Estoy al borde pero me mantengo en eje.

Finjo que no me la pone dura tener la mano en su entrepierna, a centímetros de su tanga, de su sexo caliente y empapado, porque seguro que esto no me prende sólo a mí.

En su jueguito perverso Alexandra se excita. Tener el control la hace arder y va a ser una pena cuando su técnica deje de funcionarle.

—No me niegues que te encantaría que te empotre contra el espejo —la desafío, notando que aumenta la presión de mi mano y la lleva al encaje de sus bragas, a su monte y aprieta las piernas para que sienta lo húmeda que está su ropa interior—. Te estás mojando con la idea de que te suplique pero yo no me arrastro cosita. Yo doy. Y cuando doy, mi vida... Soy el mejor.

Se sonríe.

—Hasta ahora nada le diferencia del resto de los babosos que veo a diario.

—Espera a que te ponga en mi cadera y te folle con ganas. En cuatro, mordiéndote los hombros, por detrás y jalándote el pelo —empiezo a dar rienda suelta a las cosas que me encantaría hacerle—. En mi coche, amasándote los muslos mientras te follo sobre el capó de mi Camaro. En un hotel. En la ducha. En público. En el salón. En donde m****a sea. Cuando me pruebes cosita, vas a venir a mí tú sola.

Estoy echando chispas y de pronto su expresión cambia.

Se ensombrece, se endurece.

Me observa de la misma forma que me vio en el salón, a la mañana.

Como si me detestara.

Me hace a un lado, poniendo su mano en mi pecho y retrocedo porque su actitud me desestabiliza.

Es volver al inicio.

Al punto de que algo más pasa. De que ella me conoce y a mí se me hace escalofriantemente familiar. 

Con rapidez se sube los pantalones y se abotona la blusa.

—La verdad es que... —se calza los tenis con prisa y agarra las prendas que se estaba probando— Puedes pudrirte en el infierno.

Se vistió en segundos y ahora me enfrenta.

Nuevamente me está declarando la guerra.

—Pues tarde o temprano te vas pudrir conmigo, cosita.

Viene a mí y con osadía palmea mi mejilla.

—Voy a ser la peor de tus pesadillas porque es lo que te mereces —su mirada se incendia y no es candela, sino ira, furia, rabia—. Porque aunque cambies de nombre mil veces, para mí siempre vas a ser el cobarde, sinvergüenza, manipulador, ambicioso y jodido Ciro Walker que entregó a mi hermana a su maldito verdugo.

Sus palabras terminan de dejarme knockout.

Se me acelera el corazón, mi garganta se seca, me paso la mano por el cabello procesando lo que acaba de decir.

—Por si no lo sabías —a punto de salir del probador me remata. Me ejecuta casi a sangre fría con su sentencia final— Alexandra Donnovan; así es como me llamo.

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