"Siénteme"
ARCHIE JANKINS
Estar de pie frente a tantos críos mal enseñados, podridos en plata, mimados, consentidos y burros sólo me tensa, me pone de malas, me llena de inseguridad y aunque no lo demuestro, meto las manos en los bolsillos de mi pantalón para dominarla.
Yo no estoy para esto.
No sirvo para esta m****a.
Lo mío nunca fue ni será dar clases a pendejos de hormonas revoltosas que lo que menos hacen es poner atención a una asignatura.
Yo no ponía atención nunca y sé lo que es. A la edad de estos sólo pensaba en cogerme a mis compañeras y meterle mano a la directora.
Con diecinueve o veinte años lo único que no hacía era centrarme en las tareas o en clases. Me fue bien porque estaba para lo que fui. Me fue grandioso en la universidad porque mi padre me metió en la unidad de Inteligencia enseguida que aprobé el primer año de derecho.Supongamos que me fue bien porque mi padre en todo se puso los pantalones, se agarró las bolas y estuvo firme conmigo, obligándome a honorar su legado en la policía y a su vez insistiendo en que formara mi propio camino.
Ya luego Mara se metió en líos, y luego de eso elegí ayudarla.
Y entonces todo pasó al ritmo de coyote. Me casé, me especialicé, me ascendieron a detective, me infiltré, me jodí, me alejé de Inteligencia, me animé a ejercer, me mearon los dioses y terminé haciéndome de un lugar respetado y prestigioso en la fiscalía de Washington.
Y cada cosa que logré me valió tres tiras de m****a porque nunca más volví a hacer lo que me apasiona. Nunca más volví a pararme en tribunales. Nunca más sentí la adrenalina que se me metía en las venas cada que ponía a un degenerado, a un asesino o a un sociópata tras las rejas.
He desperdiciado cinco años de mi vida en vagar de acá para allá disfrutando del todo a medias.
Vine a parar a Mónaco porque la identidad que adopté al salir de Seattle fue la misma que utilicé varios meses en un operativo al norte de California y gracias al nombre de Archie Jankins, Gaultier Lorenzi, amigo y hombre al que investigué por largo tiempo y el que resultó trigo limpio me llamó cobrándome un favor de hace años.
En la redada del valle, Gaultier supo de quién me trataba y jamás me delató con sus asociados estafadores.
Eso fue un pago en el debe que me quedó y ahora que está sin su profesor, no tuvo mejor idea que buscar al retirado fiscal con doble identidad de vacaciones pasajeras en Mónaco, para cobrarse la deuda.Y pese a que no me gusta esto; no me gustan las miraditas curiosas que me dedican, no me gusta enseñar, no me gusta ser paciente con los burros y mucho menos me gusta andar repitiendo monólogos, acepté venir.
Lo acepté porque Gaultier es un amigo de los pocos que he cosechado en años. Y porque él también perdió mucho en el operativo de California. Tanto que tuvo que irse del país con su esposa y su hija pequeña.
Lo que desconocía era que se habían instalado en Mónaco y que él se había convertido en el director de una universidad.
El rector Sonny termina de presentarme, halágandome y de alcachuetes sobándome las pelotas, cuenta a los críos acerca de mi currículum.
No sé qué puede hablar de mi currículum si de mí no sabe nada y para colmo, todo lo que hay en mi expediente es pura mentira.
Lo que sé de Ciencias Políticas es lo que se me ha grabado en la memoria gracias a la universidad porque por lo demás no tengo ni idea.
Lo mío es hacer que los delincuentes se caguen en los pantalones, y suerte que voy a estar al frente transitoriamente, que apenas contraten a un nuevo y verdadero profesor yo seguiré mis rumbos, viajando, cogiendo, asesorando legalmente bajo una identidad falsa y evaluando el momento para mi regreso de entre los muertos.
—Profesor por favor —el rector mueve la mano en un ademán para que dé un paso hacia adelante.
—Buenos días...
—¡Que el maldito infierno me lleve a la m****a!
Las cabezas de todos se mueven de acá para allá intentando dar con la persona que acaba de interrumpir mi presentación.
Es que ese «que el maldito infierno me lleve a la mierda» resuena por cada rincón del salón conferencial como una turbonada.
Miro a mi alrededor sin perder la compostura, reparo a cada mocoso adinerado que viene a este sitio a todo menos estudiar. Busco con la mirada a la dueña de ese ordinario repertorio, decidido a ejercer mi autoridad y expulsarla de mi clase pero con lo que me topo, asombrosamente es cosa extraordinaria. Es como un dejavú que calcina mis terminaciones nerviosas.
Un par de ojos color cielo, color mar y color esmeralda, enmarcados en flameantes ondas rojas me escudriñan como si me tratara del ser más despreciable de la Tierra.
Y lo soy, no me pesa admitirlo. Pero llama mi atención el asco con que esa chiquilla me ojea sin siquiera haberme visto hasta recién.
O al menos así lo supongo porque... En realidad no lo sé muy bien.
Ese rostro particular de algún sitio se me hace familiar. Tengo una vaga sensación de que a esta chica ya la conozco y no sé con exactitud de dónde.
—Disculpa —la enfrento y todos se vuelven a verla—. ¿Tienes algún problema?
Su mirada se achina y estira los puños en el escritorio con forma de línea recta que sigue una fila completa de asientos.
Es felina y no se acojona.
Malcriada e irrespetuosa, eso me gusta. Sale del cliché estudiantil.
—Todavía no nos dice su nombre... Profesor.
Su voz es suave pero la manera en que articula las palabras da a entender que me detesta. Y la entiendo. A su edad también detestaba la universidad.
—Quizá si hubiera estado más al pendiente de la clase y no tan pendiente de su conversación con amigas, habría oído mi nombre.
Ella recula y alza el mentón.
Está enfrentándome delante de todos los compañeros y yo la voy a terminar expulsando de mi clase porque no se me canta que me tomen por pendejo en mis primeros cuarenta y cinco minutos.—Tal vez si se enfocara más en hablar alto y no en exhibirse como un modelo en pasarela, sus alumnas no tendrían que andar preguntando a sus compañeras qué es lo que está diciendo —con altivez, enarcando una ceja y recargando la espalda en el asiento, añade—. Acabo de confundirlo con otra persona, profesor...
—Jankins —lo que dice... Eso último que menciona termina de ponerme nervioso y a su vez me da curiosidad.
Da para pensar. A mí se me hace familiar. Y la muchachita dice que me ha confundido.
—Acabo de confundirlo con otra persona, profesor Jankins, discúlpeme —balancea la mano con descaro y petulancia—. Adelante, continúe si es tan amable.
Me muerdo la lengua.
Me trata como si fuese su cucaracha. Me encabrona porque, maldita malcriada.La voy a echar del salón.
—Yo que usted no lo haría profesor Archie —me susurra el rector, leyendo mi pensar.
—¿Perdona?
Lo observo porque lo que dijo es una completa idiotez.
Yo soy la autoridad dentro de este sitio. Si me faltan el respeto o peor, se me burlan en la jeta, no voy a vacilar en echar a cualquiera a patadas.—Es la mejor amiga de la hija del director.
Lo reparo con mayor asombro.
—¿Y? —replico.
—Que... Bueno, usted sabrá que...
—A mí me vale que sea la mismísima Virgen María, si la quiero sacar de mi clase, la saco y punto.
Me concentro en el rector.
—No lleva ni quince minutos, profesor. Amíguese de sus alumnos. La señorita es de las más aplicadas y...
—Bocasucia —corto, bajando a la fila uno, subiendo la escalera y deteniéndome en su línea—. Señorita...
Con la ceja levantada, desafiante y regia me analiza—. Mi nombre es Alexandra.
Su voz es dura y fría pero demasiado femenina para ser verdad.
Pestañea con el rímel haciendo de las suyas, y esos ojos impresionantes. Me manipula porque sabe a qué subí.
—Señorita Alexandra, retírese de mi clase.
No opone resistencia, no retruca, lo peor, ni siquiera me mira para refutar mi decisión como cualquier crío lo haría.
Se levanta, se arregla el cabello, se cuelga el bolso y pasa por mi lado, impregnándome con su perfume.
Contoneándose, con la cabeza en alto y pisada que envidiaría la mejor modelo europea baja las escaleras y en vez de dirigirme la palabra a mí, se refiere al rector.
—Voy a presentar una queja por en administración y hablaré con el director Lorenzi.
Me da la espalda y tengo que tragar saliva y desviar la mirada de aquello que se roba por completo mi morbosa atención.
El pelo largo y ondulado que adquiere la forma de la curvatura de su espalda, su cintura afinada, sus piernas torneadas y apretadas en la lycra de su pantalón, y su culo.
Carajo.
Miro para otro lado pero no puedo hacerlo por mucho tiempo.
De atrás esta muchachita es demasiado manjar para Ciro Walker.
Tengo que respirar profundo y relamerme los labios para bancarme esto.
Hubiera estado mejor allá arriba, sentadita y odiándome con todas sus fuerzas a que aquí abajo calentándome la sangre, la moral y la verga con semejante postal y semejante cuerpo.
—Profesor... —el rector me mira suplicante. No sé lo que le habrá dicho. Seguro lo amenazó hasta con dejarnos sin trabajo. No lo dudo. Tiene pinta de princesita estirada—. ¿La expulsará de la clase?
Su duda me hace dudar a mí y no entiendo porqué tanto lío. Ni que tuvieran corona las amigas de la hijita del director.
Sin embargo... La verdad, no me desagradaría hacerla subir y bajar las escaleras varias veces para cerciorarme de que ese culo es cien por ciento real y no producto de mi desdichada imaginación.
—A ver, explíquenos, profesor —se gira y desde aquí todita ella luce más espectacular—. ¿Me echará o no? Porque estamos perdiendo el tiempo y con estamos, me refiero a más de uno.
La reparo de la cabeza a los pies, olvidándome de mi condición de profesor de ciencias políticas.
No puedo conmigo mismo.
Se me hace inevitable no contemplar algo bello y exquisito por naturaleza.Tiene boca gruesa y carnosa. Y el pelo es el largo ideal que me fascina tener enrollado en la mano.
Sus ojos son como un desastre climático. Son huracanes, sismos y maremotos.
Y me prenden.Me prende la delicia de su cuerpo. Porque aunque quizá ninguno de esos pubertos lo haya notado trae un brasier negro que se trasluce en su blusa, acentuando lo generosos que son sus pechos. Y se anudó la seda, porque sabe que su vientre plano está para ser lamido y saboreado una y otra vez.
Y usa pantalones tan ajustados porque sus curvas son pecado y merecen digna atención.Esta niñita que seguro de niñita no tiene un pelo está para comérsela y no dejar ni las sobras y eso claramente lo sabe.
Es petulante, desafiante, altanera y una cosita divina que me voy a dar el gustazo de sacar de mi clase.
Porque por mucho que mi verga piense por mí, no me va a venir con mamadas, le voy a mostrar quién es el que manda dentro de este salón.—Sí, Alexandra, te quiero fuera de mi clase —ya no la tuteo y esto se está transformando en asunto personal que debo cortar para seguir con lo mío.
Yo me lo estoy tomando personal porque desde que bajó de las gradas no puedo no imaginarme su lengua sobre la cruz de mi piercing y tal cosa no debería ser.
No puedo andar morboseándome con cada mujer sexy que me topo y menos con una de mis estudiantes. Una a la que le llevo cien años.
Una irreverente muchachita que suelta una carcajada sarcástica mientras pavoneándose camina hacia las puertas del salón conferencial.Tengo que aclararme la garganta para continuar. Fingiendo que la candela ardiendo en llamaradas de provocación, belleza y sensualidad no ha trastocado mi lado más lascivo, oscuro e insaciable.
Tengo que seguir como si nada y adaptarme desde ya que a esta alumna la veré cada martes, miércoles y viernes a primera, segunda y séptima y que no puedo ni debo bajo ningún concepto cruzar la línea.
—Muy bien —anuncio, tras tomar aire—. Abran sus libros en la página cientodiez. Quiero un resumen completo, breve y claro de las cinco páginas siguientes. Tienen diez minutos para ello.
Me froto las manos, importándome un bledo estar bajo la lupa del rector.
Les voy a hacer la vida académicamente miserable lo que dure mi suplencia. Querrán estudiar todo el jodido tiempo, tratarán de dar lo mejor de cada uno.Porque para sacar buenos profesionales hay que hacerles sentir el rigor desde el comienzo.
[...]
El timbre anunciando el final del receso entre una hora y otra hace que los críos regresen al salón.
Todos se acomodan y yo los veo desde mi escritorio.
Entra el último y nada que la pelirroja aparece.
—Lorenzi —la hija de Gaultier es otra monada. Rubia, felina, sensual pero he de admitir que hacía mucho no veía una cosa tan singular como a la fogosa colorada que no vino a mi segunda hora.
—Dígame, profesor.
Se me acerca.
—Su compañera.
—¿Alex?
Alex...
Me gustaría gemirle ese nombrecito al oído.
Trago grueso y apoyo las manos sobre el escritorio de vidrio ahumado.
—Alexandra. ¿Está indispuesta que no asistió a segunda hora?
Lorenzi luce un poco confundida.
—Con todo respeto, se supone que cuando un profesor nos expulsa de la clase, es de su clase en general. No es como un castigo que dura cuarenta y cinco minutos.
Claro.
Se suponen muchas cosas cuando eres profesor. Como yo no lo soy... No entiendo una m****a.
—Perfecto —levanto la voz—. Quiero una reseña para abordar la psicología social en las ciencias políticas —me acomodo la chaqueta—. Regreso enseguida y para cuando lo haga evaluaré las tres mejores.
Salgo del salón y avanzo por el interminable corredor para ir a la dirección.
Aunque le pongo pecho a lo que sea, esto es demasiado, no soporto fingir una profesión que desconozco. Le voy a decir a Gaultier que arregle su asunto lo más rápido posible. Que estar aquí fue un error.Camino hasta las gradas del patio de receso y atravieso el pasillo portador de otros salones más.
Estoy por avanzar lo poco que me falta para llegar a dirección cuando una conversación lejana que se oye a murmullos capta mi atención.
Es husmear o el deber.
Meter las narices donde no debo o ir a lo mío. Saciar mi curiosidad cuando el murmullo se transforma en una suave y femenina risada o entrar a la oficina de Gaultier Lorenzi.Y... Definitivamente me inclino a lo primero.
Fui detective y fiscal. La curiosidad corre por mis venas.Sin hacer el menor ruido, sin prisa pero sin mostrarme sigiloso, me voy aproximando.
Las voces vienen del vestuario.
La universidad es grande y venir a parar aquí sólo significa una cosa.
Hago crujir mi nuca y entorno despacio las puertas que llevan al sector de las duchas. Imagino que esto es para los del fúbol de liga universitaria.
—Escúchame.
Esa voz tan baja y extasiada me congela. Tengo que frenar porque... Es la misma voz que me desafió en plena clase.
—No puedo dragoncita... Me tienes mal. Desde anoche me tienes mal.
Trago saliva y el latir de mi corazón se me dispara.
Soy un asqueroso depravado pero por una sola razón no me doy la vuelta y me largo de aquí y es que necesito saciar mi morbosa curiosidad.
—Esto se termina ahora, Dan.
Le está balbuceando.
Le está terminando al mismo tiempo que se lo está follando.
¿Qué clase de desalmada diabla es esta chiquilla?
Repaso mi labio con la punta de mi lengua y sigo aproximándome.
—Me encanta que me trates así, Alex —el muchacho gruñe y el sonido de sus gemidos inundan el solitario y lejano vestuario.
Asomo la cabeza y recargo apenas mi cuerpo sobre el marco de yeso que da a una L donde están las duchas y un amplio lavabo de espejo pequeño.
Desde aquí veo la espalda de un crío babeando por una infernal cosita de pelo rojo que claramente deja entrever que le pisoteará los sentimientos sin importarle un pito.
Y la veo a ella.
La veo y automáticamente mi curiosidad me pega una trompada porque esto es inesperadamente sensual, y sexoso, y más delicioso de lo que imaginaba.
Vuelvo a tragar como puedo.
¿De dónde salió esta mocosa que se tira a un tipo en la universidad sin reparar en que alguien la pille?
¿De qué planeta vino esa diosa exuberante que me ofrece la escena más erótica que mis ojos han visto?
—Dan escúchame de una maldita vez —ajena a que un depravado se la está comiendo con la mirada mientras se coge a otro se retuerce en brazos del pendejo Dan y al parecer le sujeta la barbilla—. Es la última vez que estamos, ¿lo entiendes? No quiero darte lo que buscas, Dan. Y no quiero lastimarte.
Lo que pasa es cosa magistral porque empotrada a la mesada del lavabo, aferrada al muchacho, con esas ondas de llamarada cubriéndole uno de los hombros y la blusa totalmente desabotonada es viagra para mi sistema.
Así, destrozando al tarado y excitando al degenerado es como nos tiene la pequeña pelirroja.
—Hazme m****a si quieres —las caderas del cretino suertudo dan duro. Embistiendo lo que ha de ser el exquisito centro de mi deliciosa alumna—. Pero no dejes de follarme así, Alex.
Las piernas torneadas y sublimes de ella se enroscan como una serpiente en los muslos del tal Dan y es entonces que mi empalme duele en mi pantalón.
Por primera vez un sujeto me despierta envidia y un instinto casi animal y territorial arrasa conmigo, anhelando ser yo quien ocupe ese lugar.
Más aún cuando Alexandra gime en una excitante melodía. Cuando sus largas uñas rojas rasguñan la nuca del pendejo y lo obliga a probar lo jodidamente sabroso que esconde su brasier.
Cuando el pelele le da manteniendo un ritmo voraz pero ella muy exigente le reclama más y más fuerte, y más rápido. Y se aferra a su espalda arañándolo como una leona, y le lame la oreja, y se muerde los labios entre jadeos y maldiciones.
E instintivamente llevo la mano a mi bulto porque el sensual descaro vuelto mujer entorna la mirada y da conmigo, y lejos de detenerse, de mostrarse avergonzada o de ponerse a chillar como cualquier niñita buena descubierta en plena travesura haría, continúa, redoblando las apuestas.
Achina la mirada hasta que sus encandilantes ojos forman una incitadora línea cargada de erotismo y gozo.
Me dedica una media sonrisita en lo que gime, subiendo el tono.Me aflojo la corbata porque el ardor, el candor y la candela pura de esta chiquilla me prende fuego.
Trago grueso y no la pierdo de vista ni por un segundo.
Sus manos le recorren la espalda al chico, le besa el cuello, lo muerde y se retuerce en brazos de otro, pero sin dejar de morbosear conmigo.
Y es otro este nivel.
No estoy acostumbrado a que juguen así de rudo con mi estabilidad y mis ganas de cogerme a tan deliciosa hembra.
Y joder... Que me fascina.
—¿Te gusta? —le pregunta el pobre infeliz.
Los que tenemos experiencia en el tema sabemos que nunca se hace esa pregunta. Excepto cuando estás cien por ciento seguro de que te la estás follando con todo el voltaje y no podrá responderte ya que su propio éxtasis le quitará hasta el habla.
Pero claro. Qué va a saber el misericordioso Dan sobre lo que es en verdad coger con una mujer, si ella le repite que le encanta cuando no deja de prenderme a mí con gestos y miradas.
Sus perfectos dientes atrapan su labio inferior, sus mejillas se sonrojan y su expresión es el maldito infierno para mí.
Un gutural suspiro brota de su delicada garganta al mismo tiempo que siento cómo mi bóxer se humedece.
Se corrió con una sensualidad brutal que hace que mis dos cabezas exploten. Una del empalme que me cargo, la otra de desear ser yo la siguiente víctima.
Respirando profundo y retrocediendo como puedo abandono el vestuario.
Mi receso tendrá que ser más largo del estipulado porque lo de recién amerita una sacudida. Aunque sea rápida, para descargar la frustración sexual, el deseo por ella que me traigo encima y sobre todo para quitarme de la mente el bendito guiño que me dedicó cuando me estaba escapando de ahí.
Esto va a estar jodidamente complicado.
Entrar al salón con esa chica allí e intentar hacer de cuenta que lo de hoy nunca existió va a ser malditamente difícil por no decir imposible.
Imposible porque va a ser mi perdición y, hasta no tenerla no voy a poder centrarme en nada que no refiera a la pelirroja ardiente que destrozó mi cordura en cuestión de minutos.