—¿Todo está en orden? —me acerco a la mesa que da al ventanal. Teclea cosas en una laptop ultra delgada, fuma sin parar y en él cada molécula exuda enojo—. ¿Diablo?
Me detengo tras la silla que ocupa y aprieto sus hombros dándole un firme masaje.
—Todo está en orden.
Envía un mail que no alcanzo a leer y cierra la computadora.
—¿Por qué siento que me estás mintiendo?
Suspira con suma tensión y basta el gesto corporal para ponerse en evidencia.
—Porque te estoy mintiendo —lo admite a secas. No le pesa engañar pero mucho menos le pesa asumir el engaño. Así es el Diablo.
—¿Me lo quieres decir? —inclinándome, hundo la nariz en el recoveco que proveen su cuello y su hombro, besando la piel tibia y perfumada.
—¿Lo quieres escuchar?
—Si es respecto a Charlotte...
Avanzo a su garganta y nuez gruesa.
—Se trata de Pía —el dato me congela en el acto.
Es inmediato el alejarme, rodear la mesa y fijarle la vista a su semblante endurecido e inescrutable.
—¿Qué pasa con Pía?
—Voy a ir a Los Ángeles..