Inclino la cabeza levantando mis dos cejas y lo miro haciéndome la desentendida.
—¡Ay, pero qué pesar con usted! —me enderezo en mi silla y dándole la espalda tomo un puñado del mix que me acercan.
Llevo a mi boca rebanadas de banana crujientes, castañas, piña abrillantada y uvas pasa.
—Esto está delicioso —comento a mis compañeros de mesa.
—Te estoy hablando —sisea acercándose a mi oreja—. No te hagas la imbécil.
Sacudo la mano, ignorando por completo a Judas.
—Definitivamente yo no conozco a este hombre, así que Max, por favor, reparte las cartas y continuemos —giro nuevamente enfrentándolo, y con las ganas intactas de hacerlo rabiar, enfatizo—. Señor, usted se equivocó de casa, el geriátrico está cruzando la calle.
Vuelvo a centrarme en lo mío alzando mi copa de vino, uniéndome a las risas de todos cuando diez dedos se entierran en mis costillas poniéndome a protestar de dolor.
Me levanta como si fuera una puta niña con peso de pluma y me deja parada al lado de mi asiento. Asiento