Sofía la estudió con la mirada aguda de una experta en asuntos del corazón. Sus ojos recorrieron el rostro de Lucía, deteniéndose en el rubor que aún coloreaba sus mejillas, en el brillo particular de sus ojos, en la forma en que sus manos temblaban ligeramente por la adrenalina residual.
—Oh, Dios mío —murmuró, una sonrisa de comprensión iluminando su rostro—. Te ha tocado en serio, ¿verdad?
No era realmente una pregunta. Era una afirmación, el reconocimiento de una experta que identificaba los síntomas de una mujer que acaba de despertar a su propio poder seductor.
—Vamos a buscar algo de beber —decidió, tomando a Lucía del brazo con la autoridad de una mejor amiga que sabe exactamente lo que se necesita en estos momentos—. Necesitas procesar esto, y yo necesito todos los detalles.
Mientras se dirigían hacia la barra, Lucía no pudo resistir la tentación de echar un último vistazo por encima del hombro, esperando quizás capturar un último destello de Marco entre la multitud. Pero las