Daniel se detuvo abruptamente, su silueta recortada contra las luces de la ciudad que comenzaban a encenderse. Madrid se extendía bajo ellos como un circuito eléctrico gigantesco, y por un momento, se sintió como un dios contemplando su creación. Pero los dioses, recordó, también podían caer.
—Una negación no será suficiente —su voz había descendido a un susurro que contenía décadas de experiencia en territorios que Lucía nunca había imaginado—. Vargas, Katarina y Salinas son depredadores. Entienden las reglas de la jungla mejor que las del derecho corporativo.
Se volvió hacia ella, y Lucía sintió que su mirada la atravesaba como rayos X. Era la mirada de un hombre que había aprendido a leer almas en habitaciones donde las mentiras podían costar fortunas.
—Necesito que contactes a ciertos... contactos —cada palabra fue elegida con la precisión de un cirujano—. Personas que comprenden el verdadero valor de la información. Personas que saben que el silencio puede ser más valioso que el