La torre de cristal y acero se alzaba ante él como un monumento a su propia hipocresía. Treinta y cinco pisos de poder y prestigio, construidos sobre los cimientos de mentiras tan elaboradas que había comenzado a olvidar dónde terminaba la actuación y dónde comenzaba la realidad.
Daniel atravesó el lobby con la arrogancia ensayada de un hombre que había conquistado el mundo, pero cada paso resonaba hueco en sus oídos. Los empleados se apartaban a su paso como siempre, pero esta vez su deferencia se sintió como una burla. ¿Qué dirían si supieran que su intocable CEO había pasado la noche anterior a punto de devorar a besos a su propia asistente bajo una identidad falsa?
¿Era esto lo que significaba vivir en un infierno de su propia creación?
El ascensor lo llevó hasta el piso treinta y cinco con la suavidad de una navaja cortando seda. Cada piso que pasaba era una cuenta regresiva hacia el momento de la verdad. Hacia el momento en que tendría que enfrentar a Lucía y fingir que no conoc