Cuando Daniel se paró frente al podio, el silencio cayó sobre la sala como una losa de mármol. Era un silencio espeso, cargado de expectativa y hambre mediática. Las cámaras se enfocaron en él con la precisión de francotiradores, y los flashes comenzaron a destellar como relámpagos en una tormenta eléctrica. Lucía lo observó desde su asiento, su corazón latiéndole con una fuerza inusual que resonaba en sus tímpanos como el eco de un tambor de guerra.
¿Funcionaría el plan? La pregunta martilleaba en su mente mientras veía cómo Daniel ajustaba el micrófono, sus dedos rozando el metal con una delicadeza que ella reconocía como la misma con que había acariciado su piel en la penumbra del club. Cada gesto era calculado, cada respiración una nota en la sinfonía de su interpretación.
Daniel comenzó a hablar, y su voz cortó el aire como una espada de doble filo. No sobre su doble vida, no sobre el blog del 'Vigilante Nocturno', no sobre Vargas y sus intenciones maléficas de destruir todo lo q