19.
SOPHIE.
Cuando cierro la puerta de la habitación de Max, lo hago con un cuidado excesivo, como si el sonido pudiera romper algo mucho más frágil que su sueño. Me quedo unos segundos con la mano apoyada en la madera, escuchando su respiración tranquila del otro lado, ese ritmo suave que todavía me sorprende todos los días por su constancia, por su manera de existir sin saber lo cerca que estuvimos de perderlo.
Y entonces lo veo.
Christopher está en el pasillo, inclinado apenas, observando la puerta como si todavía pudiera atravesarla con la mirada. Su silueta se recorta contra la luz tenue, y durante un segundo todo se vuelve peligrosamente tranquilo. Demasiado tranquilo. Como la calma antes de algo que no sabemos si va a rompernos o salvarnos.
No dice nada.
Yo tampoco.
Solo intercambiamos una mirada que contiene más años que cualquier calendario.
Camino hacia la cocina sin decirle que me siga. No hace falta. Lo siento detrás de mí, el peso leve de su presencia, como una sombra que apr