01.

SOPHIE

Las manos me tiemblan. Sentados en la mesa de la cocina, con la comida servida y mi pareja junto a mi hijo, tengo las palabras en la boca que se niegan a salir por algún motivo.

Llevo dos días enteros pensando en esa bendita carta. El llamado del juicio es para dentro de dos semanas que es cuando se llevará a cabo, pero debo estar en el país los próximos días por lo que me aseguré de tener todo listo antes de tener que hablar con mi hijo. También para tener en cuenta qué es lo que va a pasar de ahora en más porque no es que simplemente regresaremos y ya. Tendremos que enfrentarnos a un pasado que dejé atrás, congelado en el tiempo y en mi memoria, pero que sin embargo de alguna manera siguió su rumbo y eso es lo que me preocupa.

¿Qué tanto habrá cambiado desde el día en que me fui del país? Mi madre solía mantenerme al tanto, pero luego de que falleciera hace ya unos años, dejé por completo de recibir información sobre él.

La única forma en que nos comunicamos fue a través de abogados a lo largo de los años, y también de una niñera que fue la encargada de bsucar a mi hijo del aeropuerto en cada una de sus visitas programadas, porque al menos en eso pudimos ponernos de acuerdo.

Cuando Max obtuvo una edad en la que pudiera viajar acompañado de alguien que no fuera yo, comenzamos con las visitas que son frecuentes, más o menos quince veces al año donde mi niño pasa tiempo con su padre así que para él no es ningún desconocido y quizás es la razón por la que me mantuve tranquila en ese aspecto.

Christopher no tiene nada qué reclamar. Le di los derechos que pidió, cumplí con cada una de las ordenanzas que exigió al juez, e incluso le envío por mi abogado las facturas de las cuentas de nuestro hijo para que también aporte. Se mantuvo como padre, y no son desconocidos el uno al otro, que es lo bueno.

Ahora la parte mala es que yo no le he visto la cara desde hace cinco años, que fue la última vez que nos vimos en el aeropuerto cuando nos despidió. No fue una despedida dulce, ni tampoco prometedora.

Fue el final. Ambos lo sabíamos porque a pesar de llevar años separados, finalmente poníamos distancia suficiente como para poder olvidarnos.

Y a ambos nos funcionó bien.

Me mudé a Londres porque aquí no tenía recuerdos de absolutamente nada. Ni siquiera unas vacaciones familiares. Y me hizo bien. Con el dinero que me quedó del divorcio compré acciones que gracias a Dios están dando sus frutos y me permiten quedarme en casa el tiempo suficiente para criar a mi hijo y conocí a Roger.

Al principio fue difícil, por supuesto. Me llevó mucho tiempo aceptar una salida, mucho más el tener una relación, pero cuando pasó no me arrepentí.

Es un gran hombre. Amó a mi hijo desde el primer momento y se aseguró de trazar una línea con la que todos estuvimos encantados, incluso Chris. Él no tomaría el lugar de padre en la vida de mi hijo, porque tiene un padre, pero sí sería su amigo. Y no falló.

Creo que parte de haberme enamorado de este hombre fue eso. Su capacidad tan plena de amar a mi hijo como propio sin entrometerse en su vida ni en sus decisiones. Le basta ser su amigo, estar ahí, ser alguien presente. Y a mí también.

Funciona. Porque conoce mis traumas. Todos ellos.

Como ahora, que sin necesidad de palabras entiende mi nerviosismo al punto en que me da apoyo incentivándome a hablar con mi pequeño niño.

—Max.

Él levanta la cabeza.

—¿Sí, mamá?

—Hablé con la directora de tu escuela. Ya no vas a ir, al menos por un tiempo.

Veo que frunce el ceño alejando la mirada de la televisión que tenemos en la sala.

—¿Por qué no? Nunca me dejas faltar a la escuela.

—Lo sé, pero no vas a poder ir porque estaremos fuera de la ciudad—inhalo profundo—. Del país, en realidad.

Abre los ojos sorprendido. Voltea  a ver a Roger esperando una respuesta, pero él solo le sonríe, aunque sin que la alegría llegue a sus ojos.

—¿Qué pasa? ¿Nos vamos de vacaciones anticipadas?

Sacudo la cabeza.

—No, cariño, solo... tengo que resolver algunas cosas en Estados Unidos y... nos iremos allá por unas semanas.

Su sorpresa es clara, mucho más grande que antes, incluso veo que le brillan los ojos porque no se suponía que vería a su padre hasta acción de gracias que es en tres meses.

—¿Iremos con papá?

—Bueno, no... nos quedaremos en la antigua casa de la abuela, que está cerca, así que podrás visitar a tu padre cuando quieras.

—¡Eso es genial, mamá! Mis amigos tendrán tanta envidia de que no iré a la escuela. Estoy emocionado.

—De igual manera tendrás que hacer tus tareas, pero sí. Serán como unas mini vacaciones para ti—comento, bajando la mirada hacia mi plato, el único en la mesa que permanece limpio ya que en serio no tengo nada de hambre.

—¿Y qué vas a hacer tú? ¿Qué tienes qué hacer?

Miro a mi hijo de nuevo.

—Cosas. Arreglar algunos asuntos que dejó pendientes tu abuela, nada más.

—Oh, claro. Seguro, ¿cuándo nos vamos?

—En dos días. Ya tengo los pasajes.

—¿Y Roger también va?—voltea a ver a mi prometido quien sacude la cabeza, forzando una sonrisa.

No es un tema que le guste hablar demasiado. Desde que nos conocimos nuestra prioridad fue nuestra relación, primero de amigos y luego de pareja. No nos hemos separado en ningún momento, hasta ahora, y sé que no ha de ser fácil el que tu prometida vaya a ver a su ex esposo, sin embargo no ha dicho nada al respecto más que palabras de aliento para mí en medio de toda esta situación.

—No, campeón. Me quedo por trabajo, pero seguro que regresan pronto así que no hay problema.

—¿Y no vas a extrañar a mi mamá?

Ambos nos reímos, aligerando un poco el ambiente mientras él extiende la mano para acariciar la mejilla de mi hijo.

—A ambos los voy a extrañar mucho. De hecho, no se han ido y yo ya estoy extrañándolos—menciona con dulzura—, pero no será por mucho tiempo así que no piensen en mí, ¿de acuerdo? Solo diviértanse, y regresen a casa pronto.

Roger sella el tema y lo agradezco porque no quiero seguir respondiendo las preguntas de mi niño todo curioso, algo que sacó de mí.

Siempre he sabido que Max tiene más cosas mías que de su padre. Su forma de comportarse, su carácter, incluso su tranquilidad ante la tempestad, por eso sé que estará bien, sin embargo me preocupa que también sacara mi fragilidad, porque he llegado a admitir que mi corazón es mi debilidad más grande y no quisiera que él pasara lo que yo.

Bajando la mirada me enfoco en la comida, intentando poner algo en mi vientre aunque sé que será en vano porque no solo el juicio me tiene mal, sino también el encuentro inminente con todo lo que dejé atrás.

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