54.
SOPHIE
El mediodía cae pesado sobre la casa, como si incluso la luz entendiera que no es bienvenida. El almuerzo termina sin un cierre claro, sin sobremesa, sin alivio. Los platos quedan demasiado limpios, las palabras demasiado medidas. Todo fue correcto, educado, incómodo.
La madre de Christopher sigue sentada a la mesa cuando Max rompe el silencio con la naturalidad que solo tienen los niños.
—¿Podemos ir por un helado?
La pregunta flota entre nosotros como una salida inesperada. Levanto la vista hacia él y sonrío sin pensarlo demasiado.
—Después de comer —digo—. Si quieres.
—¿Vamos, papá? —insiste enseguida, girándose hacia Christopher.
La palabra vuelve a tensar el aire, pero Christopher no se muestra incómodo. Lo mira un segundo, evalúa la escena, y asiente.
—Vamos.
Su madre deja los cubiertos sobre el plato con cuidado, sin hacer ruido. No dice nada de inmediato, pero sus ojos siguen cada movimiento de su hijo mientras este se levanta para buscar las llaves.
—No tardamos —dice