55.
CHRIS
La veo antes de que ella se dé cuenta de que estoy ahí.
No porque esté espiando, no porque quiera invadirla, sino porque esta casa todavía tiene esa costumbre vieja de cruzarnos sin avisos, de compartir los espacios como si el cuerpo supiera dónde está el otro incluso cuando la cabeza intenta olvidarlo. Sophie está de espaldas a mí, de pie junto a la ventana del salón, con el teléfono en la mano y los hombros tensos. La luz de la tarde le cae de costado, marcándole el perfil, y durante un segundo todo en mí se calma solo por verla respirar.
Hasta que escucho su voz.
No dice mucho. Apenas un “Roger, por favor” que no obtiene respuesta. Luego el silencio, el sonido seco de la llamada que cae al buzón, y ese gesto mínimo —casi imperceptible— con el que baja el teléfono y aprieta los labios, como si estuviera conteniéndose para no romperse.
Y algo en mí se rompe igual.
No debería sorprenderme. Lo sé. Roger existe. Siempre existió, incluso cuando yo fingía que no. Sophie está comprom