Pasaron los días desde ese encuentro incómodo en el parque.
Desde que Eliana dejó que Hunter le pusiera los zapatos, su relación comenzó a crecer—despacio, como un brote que rompe la tierra después de una larga lluvia.
Hunter decidió no presionar. Cada mañana, ayudaba a Olivia a preparar el desayuno. Cuando Eliana despertaba, él simplemente le decía en voz baja, “Buenos días, Eliana,” y mantenía la distancia. Sin tocarla, sin forzar conversaciones. Pero siempre estaba ahí—detrás de escena, como un guardián silencioso y leal.
Olivia lo notó poco a poco. Hunter ya no era el hombre que solía ser. Ahora hablaba menos y escuchaba más. A veces, cuando Eliana dibujaba en la sala, Hunter se sentaba no muy lejos, leyendo un libro de cuentos para niños que había comprado recientemente.
Quería entender el mundo que le gustaba a su hija.
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Una tarde, mientras Olivia colgaba la ropa afuera, Eliana estaba sentada en el porche con su caja de crayones.
Hunter, que acababa de regresar de comprar fru