Los pasos de Shopia resonaban suavemente en el pasillo de mármol—demasiado lujoso como para pertenecer a la vida que una vez conoció. Cada detalle del penthouse—la lámpara de cristal, la alfombra mullida, el leve aroma a rosas blancas—parecía de otro mundo. Un mundo con el que había soñado, pero que nunca había tocado.
La puerta del penthouse se abrió lentamente. Detrás de ella estaba Davian, con una camisa negra y las mangas remangadas. Su mirada era serena, magnética, pero contenía algo indescifrable.
—Pasa —dijo él.
Shopia entró. Su corazón latía con fuerza descontrolada. El miedo persistía en su pecho, pero también lo hacía un hambre—no de comida, sino de libertad, de control sobre su propia vida.
Davian la condujo hacia la amplia sala de estar. Las luces de la ciudad se derramaban a través de los ventanales que iban del suelo al techo.
—¿Una copa? —preguntó, sirviendo vino tinto en dos copas de cristal.
Shopia asintió, aceptando la copa con los dedos ligeramente temblorosos.
—Ant