Esa mañana llegó con un cielo gris y sombrío, envolviendo su pequeña casa en una luz pálida y melancólica.
Shopia fue la primera en despertar. Se quedó mirando al techo, con la mente convertida en un campo de batalla entre el arrepentimiento y una esperanza que nunca se atrevió a pronunciar. Jackson aún yacía a su lado, de espaldas, respirando de forma superficial—ya dormido o fingiendo estarlo.
Con lentitud, Shopia se levantó y caminó hacia el baño. El espejo agrietado le devolvió el reflejo de un rostro desgastado—pálido, con ojos hundidos y labios que parecían haber olvidado cómo sonreír. Se echó agua fría en la cara, esperando que el escozor arrastrara consigo la amargura pegada a su piel.
Para cuando regresó a la cocina, Jackson ya estaba sentado en la mesa, sorbiendo una taza de café instantáneo barato. Su camisa seguía manchada de aceite. Miraba fijamente la mesa, sin decir una palabra.
Shopia tampoco habló.
El silencio entre ellos no era paz. Era presión. Asfixiante.
—Empiezo