Mientras tanto, en otro punto de la ciudad…
Arthur caminaba de un lado a otro frente a una enorme ventana, con la mandíbula tensa, el pecho acelerado y los puños cerrados.
Llevaba horas imaginándolo.
Horas repitiéndose la misma tortura:
“Victtorio ya la hizo suya.
Ya la tocó.
Ya le quitó lo único que quería proteger.”
—¡Maldición! —golpeó la pared.
Tomó su celular y marcó con furia.
Luciana contestó en un susurro prudente:
—Señor… no puedo hablar mucho.
—Dime cómo está Aria. ¿Está bien? ¿La tocó? ¿Sabes algo? —escupió Arthur con desesperación.
—No lo sé aún… —Luciana tragó saliva reflexivamente—. Nadie nos dice nada. Pero pronto le daré noticias, se lo prometo. Estoy tratando de acercarme.
Arthur cerró los ojos con rabia contenida.
—Hazlo. Y rápido —sentenció antes de cortar.
Su respiración era pesada.
Sus pensamientos, veneno puro.
“Si ese bastardo la tocó… juro que lo mato.”
Aria seguía en la cama, aún temblorosa, aún procesando lo que le había ocurrido minutos antes. Las manos le s