Sofía cerró la puerta de la habitación con cuidado. Aria estaba de pie junto a la ventana, los brazos cruzados, mirando el jardín como si ya no le perteneciera.
—Aria… —dijo Sofía con cautela—. ¿Qué fue eso allá abajo? Nunca… nunca te había visto así.
Aria no respondió de inmediato. Respiró hondo.
—Porque me cansé —dijo por fin, sin girarse—. Me cansé de tener miedo. De ser la presa. De cargar con una muerte que no es mía.
Sofía se acercó despacio.
—¿Por Isabella?
Aria asintió.
—Esa mujer está en todo. En cada castigo. En cada mirada de Victtorio. En cada golpe. —Su voz se quebró apenas—. No sé quién fue realmente Isabella, pero estoy segura de algo: alguien quiere que yo pague por ella. Y no pienso hacerlo más.
Sofía tragó saliva.
—¿Y ahora qué?
Aria se giró, decidida.
—Ahora voy a averiguar la verdad. Y voy a empezar por los únicos que nunca me mintieron.
—¿Nuestros padres?
—Nuestros padres.
Sofía abrió los ojos.
—¿Salir de la mansión? ¿Ahora?
—Ahora —repitió Aria—.