La tarde había caído suavemente sobre la cabaña de la manada Luna Creciente. El murmullo del viento en los pinos se mezclaba con el crujido de la leña en la chimenea. Emili permanecía recostada sobre el costado, en la cama amplia de madera rústica. Aunque los sanadores habían asegurado que la herida sanaría pronto, todavía le dolía mover los músculos de la espalda.
La puerta se abrió y Bastian entró con Lety de la mano. Ambos llevaban expresiones de alivio al verla incorporarse un poco para recibirlos.
—Hermana… —murmuró Bastian, acercándose con paso rápido y rodeándola con un abrazo suave, cuidando no rozar la herida—. Me tenías preocupado.
Emili sonrió débilmente.
—Estoy bien, Bastian. Solo necesito reposo unos días, nada más.
Lety se sentó al borde de la cama y le acarició el brazo con ternura.
—Cuando nos enteramos, casi arrastro a tu hermano hasta aquí. Pero ya ves, sigues siendo fuerte incluso en tus caídas.
—Más fuerte de lo que muchos quisieran —agregó Bastian con un deje de o