La campana resonó con un eco profundo, vibrando en los muros del anfiteatro. El sonido era la señal: las diez manadas en competencia debían ingresar a la pista.
El corazón de Emili latía con tal fuerza que le parecía que todos podían escucharlo. Adrián se colocó al frente, como el alfa que era, y con un gesto rápido indicó la formación: Samuel y Emili lideraban, Sarah iba en el centro junto a Mateo, mientras Leandro cerraba la retaguardia. Él mismo se colocó como eje, atento a todo.
—No olviden lo que entrenamos —susurró Adrián antes de entrar—. Unidad.
Cruzaron la puerta.
El aire dentro de la arena cambió. La humedad del bosque artificial los envolvió como una capa espesa; el olor a tierra y hojas mojadas se mezclaba con el de la tensión. A lo lejos se oían los rugidos y gritos del público, pero allí dentro el sonido era opaco, como si todo conspirara para que el bosque mismo fuera su único enemigo.
El primer obstáculo apareció de inmediato: un muro de tres metros, recubierto de tron