Mientras Alex se perdía en el bosque de números y estrategias en su habitación asignada, Claus decidió que era hora de hablar directamente con Viktor. No podía dejar que las cosas siguieran así. La situación era demasiado volátil.
A la mañana siguiente, lo encontró en el claro de entrenamiento, supervisando a su manada con una intensidad que apenas disimulaba la tensión. Viktor, con el torso desnudo y el cabello revuelto, impartía órdenes con voz firme. El sol naciente resaltaba las cicatrices en su piel, recordatorios de batallas pasadas.
Claus se acercó sin rodeos, interrumpiendo la práctica.
—Necesitamos hablar —dijo, su voz baja pero firme.
Viktor interrumpió sus órdenes y se giró, una ceja arqueada. —Claus. ¿A qué debo el honor?
—A que te mantengas alejado de mi hermana hasta que hablemos —respondió Claus, sin andarse por las ramas.
Viktor sonrió, provocativo. —No creo que Diana esté de acuerdo con eso.
—Te equivocas —interrumpió Claus—. Estas son mis condiciones, o te enfrentas