El amanecer apenas despuntaba cuando Valeria salió de su cabaña. El aire fresco de la mañana acarició su rostro mientras observaba el campamento que comenzaba a despertar. Llevaba ropa cómoda: pantalones holgados que disimulaban su vientre de cuatro meses y una camiseta amplia. Se había recogido el cabello en una trenza apretada que caía sobre su espalda.
Kael ya la esperaba en el claro destinado al entrenamiento. Estaba de espaldas a ella, con los brazos cruzados sobre el pecho, contemplando las armas dispuestas meticulosamente sobre una lona en el suelo. Valeria se detuvo un momento para observarlo. La luz matutina dibujaba su silueta poderosa, destacando cada músculo de su espalda bajo la camiseta negra.
—Llegas puntual —dijo él sin volverse—. Al menos conservas esa virtud de Alfa.
Valeria apretó los dientes. Siempre igual, siempre provocándola.
—Y tú sigues teniendo ese don para arruinar las mañanas con tus comentarios —respondió, colocándose frente a él.
Kael sonrió de lado, con