La mañana se desplegaba con una calma engañosa sobre el territorio de la manada de Kael. Valeria observaba desde la ventana de su habitación cómo los primeros rayos del sol teñían de dorado las copas de los árboles. Su mano descansaba sobre su vientre, que comenzaba a mostrar los primeros signos de su embarazo. Había encontrado cierta paz en este nuevo lugar, una tregua momentánea con su pasado que le permitía respirar sin que el peso de sus errores la aplastara por completo.

El golpeteo en la puerta interrumpió sus pensamientos.

—Adelante —dijo, girándose para encontrarse con el rostro tenso de Mila, la beta de confianza de Kael.

—Valeria, Kael solicita tu presencia en su despacho. Ahora.

Algo en el tono de Mila hizo que un escalofrío recorriera la espalda de Valeria. No era la habitual frialdad con la que la trataba, sino algo más... ¿urgencia? ¿preocupación?

—¿Ha sucedido algo? —preguntó, mientras se colocaba un chal sobre los hombros.

Mila desvió la mirada.

—No me corresponde a mí