Martina
La Facultad de Medicina seguía siendo la misma.
Sus muros de piedra permanecían indiferentes al paso del tiempo, firmes como testigos silenciosos de generaciones que iban y venían. El aire helado se colaba por los ventanales del pasillo, trayendo consigo el eco lejano de pasos apresurados, como si el presente no pudiera escapar del pasado.
El olor era el de siempre: libros antiguos, café recalentado, desinfectante barato. Un perfume estancado que parecía resistirse a toda novedad.
Pero había algo más.
Una melancolía tenue, persistente, que se asentaba en el pecho sin pedir permiso. Cálida. Casi dulce.
Casi insoportable.
Me detuve frente a la vieja cartelera de corcho. Los bordes estaban deshilachados, y una chinche oxidada sostenía con terquedad un cartel a punto de rendirse al polvo: Congreso de Neurociencias 2015: Juventud, Ética y Vocación.
El papel, amarillento y con una esquina doblada, parecía susurrarme algo que prefería no escuchar. Recuerda, decía.
Y yo rec