Leonardo
Habían pasado doce días desde que firmé los papeles. Doce días desde que Clara y yo dejamos de ser un “nosotros”. La tinta se secó en segundos, pero las consecuencias siguen cayendo, una tras otra, como una gotera que nadie se molesta en reparar.
La casa no ha cambiado. Y eso la vuelve inhabitable.
Cada objeto parece suspendido en una nostalgia deliberada. Las tazas, alineadas como a ella le gustaban. Los señaladores improvisados con servilletas de café aún asoman entre las páginas de sus libros. El cojín azul, con las puntadas torcidas que prometió devolver y nunca lo hizo. Todo permanece. Inmóvil. Testigo.
Habitar este lugar es una forma refinada de tortura. Nada se rompe, pero todo hiere. El pasado insiste. Como un eco que se rehúsa a desvanecerse.
Me repito, como un mantra fallido, que fue una decisión mutua. Sin gritos. Sin escenas. Que lo nuestro terminó con la misma dignidad con la que comenzó.
Mentira.
Clara se fue mucho antes de cerrar la maleta. Antes de dejar las ll