El sol de la mañana se filtraba tímidamente por las cortinas de la habitación, iluminando la escena de la noche anterior: Artemisa y Jackson, desnudos y abrazados, dormían plácidamente. La culpa la carcomía, un veneno silencioso que se extendía por cada célula de su cuerpo. Había traicionado a Ares, había cedido a la tentación, había cruzado una línea que creía jamás traspasar.
Con cuidado, se deslizó fuera de la cama, intentando no despertar a Jackson. Se vistió con rapidez, sintiendo que la ropa le quemaba la piel. Necesitaba hablar con Ares, confesar su pecado, enfrentar las consecuencias de sus actos.
Se dirigió a sus aposentos, con el corazón latiendo con fuerza. Al llegar, lo encontró despierto, sentado en la cama, con una mirada serena y expectante. Artemisa contuvo el aliento, sintiendo que las palabras se atascaban en su garganta.
—Ares... yo... —comenzó a decir, con la voz temblorosa.
Ares la interrumpió con un gesto suave.
—Lo sé, mi amor. Sé lo que pasó entre tú y Jackson.