El eco de la declaración desafiante de Ares resonó en las ruinas de la abadía, desatando una tormenta de magia oscura que amenazaba con engullirlos. Las sombras danzaban y se retorcían, tomando formas grotescas de bestias infernales y guerreros espectrales, cada una imbuida con la malevolencia ancestral de los Maswell.
"¡Arrogancia divina! ¡Pagarás con la sangre de aquellos que amas!" rugió la voz, ahora un torrente de odio primordial que parecía emanar de las propias piedras de la abadía.
Ares, con los ojos llameantes de poder divino, se plantó frente a Jackson, su aura irradiando una luz dorada que luchaba por disipar la oscuridad circundante. "Jackson, protege la retaguardia. Esta magia está corrompida hasta la médula; no dejaré que te toque."
Jackson, con una determinación estoica grabada en su rostro, desenvainó su espada. La hoja, forjada con acero celestial, brillaba con una luz plateada que contrarrestaba tenuemente la oscuridad. "Como siempre, Ares. Pero recuerda, ni siquiera