El silencio después de su caída fue ensordecedor. Nadie se movió, y todo pareció quieto durante ese par de segundos.
El viento dejó de moverse cuando las hojas dejaron de susurrar.
El cuerpo de Atenea yacía desplomado a los pies de Ragnar como una estrella caída, quemada, pero aun irradiando furia. La sangre se filtraba lentamente por su cuello, desde el lugar donde él la marcó. Podría haber detenido la hemorragia con suaves lamidas antes de apartarse de ella, pero no lo hizo. No pretendía darle placer. Solo pretendía marcarla.
Su cabello plateado ceniza se extendía a su alrededor, manchado con su sangre y la sangre de los inocentes que fueron masacrados en la arena solo porque querían libertad.
Atenea no se movió. Su marca humeaba levemente contra su cuello. Era cruda, roja y vil. La marca de un alfa dominante de la realeza quemaba en la carne de un omega que preferiría arder antes que inclinarse.
Ella se había desmayado, y él estaba bastante impresionado por ella. La chica se tomó s