Ragnar caminaba lento y deliberadamente, cada paso absorbido por las piedras negras como la boca del lobo bajo sus botas. Las antorchas que bordeaban el pasillo parpadeaban con una llama azul, encantada para mantener el aire frío.
Lo suficientemente fría como para sofocar el olor. Lo suficientemente fría como para recordarle a su prisionera que la calidez y la piedad no tenían cabida en esta ala del castillo.
El Ala de Obsidiana.
Un lugar reservado exclusivamente para él. Donde pasaba la mayor parte del tiempo para despejar su mente, o cuando quería aislarse de la realidad. Y ahora este lugar estaba reservado para ella.
Atenea.
El nombre le sabía extraño en la lengua cada vez que se permitía susurrarlo. Extraño de una manera que salía de su lengua con un ritmo perfecto.
Ragnar no debería estar allí. Lo sabía. Los reyes no visitan a los prisioneros. No personalmente. No tan profundamente. No tan a menudo. Pero las reglas eran para los hombres. Él era algo completamente distinto.
Y no e