Capítulo 37.
POV — Camila
Yo respiraba aún despacio, con el corazón martillando en la garganta, las uñas clavadas en la tela del vestido. Me incorporé sin prisa, recogí la chaqueta caída, me alisé el pelo con manos que temblaban un poco —temblor de vergüenza, de furia, de placer— y salí sin cruzar más palabras, mientras el reía. En el pasillo, la campaña seguía su ruido acostumbrado, pero yo sentí una grieta en el silencio que me siguió todo el día: el del deseo mezclado con la sospecha era un ruido más peligroso que cualquier prensa.
En el pasillo la actividad continuó igual que siempre: secretarias, teléfonos, voces mecánicas. Pero algo en mí había cambiado el timbre del ruido. El sabor de la satisfacción que me dejó su boca era agrio. Me instalé en la habitación de huéspedes porque necesitaba espacio. Cerré la puerta, apagué las luces y me dejé caer en la butaca. El cuerpo aún ardía. La cabeza, no. La cabeza se negaba a obedecer.
Me quedé un rato mirando el techo, entonces la imagen vino sin av