POV: Camila

Martín apareció en la entrada del despacho como quien entra en una guerra con las manos vacías. Le vi y no lo reconocí al instante: la barba le había cambiado la cara, los hombros le llevaban años encima. Luego, cuando habló, el sonido de su voz golpeó algo que no era mío pero que entendí. Sus palabras trajeron nombres de aulas, memorias que yo había leído en una carta vieja. No fue nostalgia; fue información útil.

—No te reconocí —me dijo, sonriendo—. Te ves distinta.

Le miré con frialdad. “Distinta” es una manera amable de decir que ahora soy peligrosa. Le invité a sentarse. Hablamos de cosas pequeñas: su divorcio, la falta de dinero, la campaña que se acerca. Me dijo que necesitaba trabajo. Le ofrecí un té y una escucha. No era amistad; era tantear si era una pieza útil, era amigo cercano de Carlos y de la antigua Camila así que no podía confiar del todo, pero tampoco alejarlo.

Carlos lo invito esa noche a la cena, Marta estaba en la mesa como siempre. No vino a saludar