CAPÍTULO 86— EL IMPERIO ENFERMA.
El amanecer llegó cargado de tensión. En el palacio imperial, los sirvientes corrían de un lado a otro, los médicos entraban y salían de la habitación del emperador. Nadie entendía qué pasaba. El hombre más poderoso de Zafir no podía levantarse de la cama.
El médico principal temblaba mientras hablaba:
—Su majestad tiene fiebre alta, dificultad para respirar… no encontramos causa aparente.
Eros escuchaba en silencio, con las manos cruzadas detrás de la espalda. A simple vista, parecía un hijo preocupado. Pero en realidad, cada palabra del médico era música para sus oídos. El veneno que había mandado colocar en el vino de su padre funcionaba a la perfección.
Lento, imperceptible, casi imposible de rastrear.
—Hagan todo lo necesario —ordenó con voz firme—. Mi padre no debe sufrir.
Los médicos se inclinaron, confundidos. No sabían si temerle más a la enfermedad o al heredero.
Eros esperó a que la puerta se cerrara y miró al hombre en la cama. El emperador, sudoroso, apenas podía hablar.