CAPÍTULO 102 — EL REENCUENTRO DE ALMAS.
Lumeria vivía días de calma engañosa. El palacio, aún decorado con restos de la boda, estaba tranquilo, con banderas blancas y doradas ondeando en las torres y flores marchitas acumulándose en los jardines. Alexandra y Carlos pasaban las mañanas en los balcones, mirando el lago que brillaba bajo el sol de otoño, sus aguas quietas reflejando un cielo despejado. Ella se sentía más fuerte cada día, su carácter endureciéndose como acero forjado.
Los recuerdos de su vida pasada —el fuego, la traición, la muerte— seguían allí, pero ya no la paralizaban. Caminaba por los pasillos con la cabeza alta, dando órdenes a los sirvientes con una autoridad que hacía callar a las damas de la corte. Carlos la miraba con orgullo, su mano siempre buscando la de ella, un ancla en la tormenta que ambos sabían se acercaba.
Esa mañana, estaban en la sala de desayuno, una habitación luminosa con paredes de mármol blanco y ventanales que dejaban entrar la brisa fresca. La mesa estaba cubierta de pan recién hor