CAPÍTULO 100 — EL DESPERTAR.
Alexandra despertó con un sobresalto, el cuerpo temblando, el sudor pegándole el camisón de seda a la piel. Su respiración era rápida, entrecortada, como si acabara de correr por su vida. Los recuerdos la habían golpeado en sueños, y ahora, despierta, seguían allí, claros y crueles: el fuego devorando su palacio en Zafir, la sangre de sus gemelos manchando el suelo, su cuerpo colapsando en una cama de hospital, y Eros, siempre Eros, su verdugo en ambas vidas. Primero como emperador, envenenándola con una sonrisa; luego apareció en su vida como primera dama e intentó matarla en el mundo moderno. Ahora estaba junto a Carlos, su Carlos el presidente que la enamoró y con el que tuvo dos hijos, recordarlos le dolió, pues ahora no volvería a verlos.
La confusión la desgarraba. Lloró en silencio, las lágrimas calientes rodando por sus mejillas, el pecho apretado por un dolor que no podía nombrar. No sabía si odiar al destino por devolverle esos recuerdos o agradecerle por darle a Carlos, por