CAPITULO 66.
POV — Claudia
Me desperté con la boca seca. La garganta ardía y la lengua sabía a metal. Las muñecas me hormigueaban por la sangre estancada, los ojos me pesaban. El cuarto era pequeño, sin ventana, iluminado por una bombilla que parpadeaba cuando alguien encendía un cigarro lejos. Estaba atada a una camilla de metal; las correas estaban dobles, hechas para que no pudiera mover ni la punta de un dedo. No me trajeron más que pan duro y un vaso con algo que parecía agua sucia. Me miraron con desprecio.
Había pasado una semana así. Ni una hora clara. Ni una noche completa. Dormía con los ojos abiertos y contaba los pasos del guardia. Contaba sus respiraciones. Lo hacía para no pensar en todo lo que me esperaba afuera: la caída que había provocado, las manos que me habían empujado hacia esa caída y, sobre todo, en ese tipo —Eros— que fingía interés por mí hasta que lo necesitó. Todo eso giraba en mi cabeza como un tornillo oxidado.
Sabía que me habían puesto el rastreador. Lo sentía como