05. LA COMPETENCIA DE SERAFINAS

ISABELLA

“¡Me cago en la recórcholis, qué miedo me dio ese barranco!” Thera exclamó agitada y con la lengua afuera.

Yo estaba desplomada contra una de las esquinas del laberinto, cansada a más no poder y con el tobillo hinchado como un jamón.

La niebla fría me ocultaba un poco de todos los ojos vigilantes en las altas gradas.

—Sssh, joder, qué dolor —murmuré pensando en cómo me iba a levantar ahora que toda la adrenalina me estaba abandonando.

“¡Esa hija de puta casi nos deja encerradas en el baño!” Thera siguió protestando y estar enojadas fue la razón que nos llevó a esta situación.

El objetivo era quedar entre las primeras, no desviar todo el foco hacia nosotras.

Pero estando en los casilleros donde dejamos nuestras pertenencias y nos entregaron la ropa de deporte, me dieron otro regalito de bienvenida.

Cuando me metí en el sanitario para cambiarme, mi puerta fue bloqueada desde afuera.

Sé muy bien que fue Miska, su olor intenso y sofocante de Alfa se quedó esparcido por todo el sanitario.

Ni se molestó en ocultarse.

Me cansé de pedir ayuda y nadie me socorrió.

No podía ni colarme por debajo de la puerta y, gracias a una ventanita en las alturas, fue que logré escapar con esfuerzo.

Corrí a la prueba y decidí darle una lección a esa estúpida.

Ya había tenido suficiente en mi vida como para aguantarle humillaciones también a una desconocida.

“Qué lástima que no podemos ganarle, pero haberla empujado al abismo casi me hizo tener un orgasmo” Thera seguía parloteando mientras yo luchaba por levantarme.

Escuché algunas exclamaciones.

Esa Alfa de seguro llegó a la meta, pero antes de ponerme de pie, los arbustos de la pared a mi lado comenzaron a moverse con violencia.

Thera se puso rígida, olfateando en esa dirección y con todos sus instintos gritando peligro y sumisión.

Unas manos rudas, llenas de garras, abrieron un boquete entre las ramas y raíces y el rostro severo del príncipe lycan se asomó por el agujero.

—¿Piensas seguir escondiéndote en esta esquina para siempre? —su voz sonó ruda y afilada.

Mi cuerpo entero tembló de pies a cabeza.

—No… no, señor, yo solo… —mi mente trabajaba a mil, mientras me levantaba.

Un siseo doloroso escapó de mis labios al apoyar el pie y la expresión de dolor saltó en mi rostro.

—Estás herida —sentenció mirando mi pierna.

—Sí… tuve que parar a descansar, no me escondía. Lo lamento —murmuré mirando a la hierba y sudando frío.

Sentía su escrutinio, no sé si me creía; de hecho, ¿qué rayos hacía aquí? ¿Me buscaba?

—Ve a la derecha y sal del laberinto. ¿Puedes caminar o necesitas asistencia?

—Puedo caminar. Gracias —mi voz sonaba como un mosquito.

Sin atreverme a hacer contacto visual tomé el camino que giraba a la derecha.

En mi mente podía sentir la curiosidad de mi loba y la silueta de un enorme lobo gris se dibujaba en mis pensamientos.

¿Ese era el espíritu animal del príncipe?

“Mmm, eso parece y qué grandote. Es algo misterioso, pero interesante.”

Thera respondió pensativa y, por supuesto, el mundo se podía estar acabando que ella estaba sacando cuentas de cuántos “centímetros” podía aguantar.

Torcí la boca acercándome a la salida con pasos inestables.

¿De dónde la Diosa habrá sacado a una loba tan pervertida como la mía?

Achiné los ojos cuando la luz exterior incidió en mis pupilas y me hizo parpadear con molestias.

Este era el final del circuito de pruebas.

De repente comenzaron a sonar aplausos y silbidos.

Me sobresalté al darme cuenta de que eran para mí y venían de las gradas.

Miré a las alturas.

Es cierto, durante toda la carrera me animaron, sobre todo ese lycan rubio que ahora me silba en el palco principal.

A él estaba apuntando, pediría ser su Serafina, se veía el más accesible y amigable.

Una sonrisa quiso aparecer en mis labios ante sus desfachateces, pero la alegría se quedó congelada en mi pecho.

—¿Piensas hacerme esperar toda la vida? —bajé con rigidez la cabeza para encontrarme de frente con los ojos azules de ese maleducado.

Estaba ahí parado a unos metros, en la meta y, a un lado, esa Alfa estaba dándome una mirada mortal.

—Lo lamento —balbuceé de nuevo, tensa y acercándome a ellos aunque no quería.

Más pasos se escucharon desde un costado y dos hombres se acercaron bajando de sus palcos.

Por sus atuendos oscuros y serios parecían profesores de la Academia.

Supongo que después sería la ceremonia de bienvenida y se presentarían.

—Su majestad, ¿qué le pareció la selección? —escuché que uno de ellos le habló con respeto.

Era un lobo alto, de cabello rojizo con canas y espejuelos de montura dorada.

Se veía maduro y cordial, pero no lamebotas.

—Me pareció bien planificada, subdirector Mortimer, estoy satisfecho —respondió con voz ronca y el ambiente se volvió bastante tenso.

Su mirada regresó a nosotras.

Mi atención fija en lo lindo que se veía el césped y en lo que me estaba costando mantenerme de pie con mi tobillo magullado.

El dolor subía en latigazos que me estaban haciendo sudar.

A mi lado se escuchó un movimiento de avance.

—Gracias por escogerme, su majestad, prometo dar lo mejor de mí para servirlo…

“Ya se estaba demorando esa putona” Thera resopló enojada, pero sabíamos que este resultado era el mejor.

—La Srta. Miska es una de las mejores Serafinas del reino…

—¿Y quién dijo que la escogí a ella? —la voz cortante del príncipe de repente petrificó todos los elogios hacia la tal Miska.

—Su majestad… fui la ganadora, dijo que ya escogió…

—Dije que estaba satisfecho con la competencia, no que estaba seguro de quién sería mi Serafina —la interrumpió de nuevo y yo no entendía nada.

Repentinamente, su sombra cubrió la mía y me estremecí de pies a cabeza.

—Mírame cuando te hable —me ordenó implacable, y cómo desobedecer.

Subí el cuello como si estuviese oxidado y mis ojos erráticos se encontraron con los suyos feroces.

—Las pondré en un periodo de prueba de un mes y escogeré al final con cuál de las dos me quedo —sentenció derribando todos mis planes.

—Pero, su majestad… —quise protestar, pero su ceja alzada me calló de golpe.

Me mordí el labio inferior, tragándome mis reclamos.

¡¿Por qué debo seguir atada a él y enfrentándome con esa peligrosa Alfa?!

—¿Hice algo que le disgustó? —ella se atrevió a preguntar con voz temblorosa.

Parecía a punto de llorar y los profesores la miraban con cara de circunstancias.

Él seguía perforando mi rostro, yo estaba a punto de gritarle qué tanto me examinaba.

Al final se giró hacia Miska.

—Ganaste solo porque ella se lastimó. Que una Omega te haya saltado por encima, la verdad es… decepcionante.

Casi pude escuchar el corazón de la Alfa romperse en dos.

Lo de “Omega” también sonó un tanto ofensivo, pero a mi loba ni le importó y estaba que se partía de la risa burlándose de ella.

A mí no me daba nada de gracia esta situación.

—Después me reuniré con ustedes dos y pondré las reglas. Por ahora, descansen…

—Señor —me atreví a detenerlo antes de que se marchara—. En el caso… de la perdedora… ¿Pasará a otro lycan?

Necesitaba saberlo. No podía darme el lujo de que me devolvieran a casa.

—¿Tan desesperada está por ir a “consolar” a otro? —su pregunta brusca me pilló desprevenida.

—No… no, solo… me gusta la Academia, no quiero marcharme… —comencé a balbucear con el bigote sudándome del nerviosismo.

—Srta. Olivan, se podrá quedar aunque no sea seleccionada por ningún lycan. Su desempeño fue muy bueno.

Vi los cielos abiertos cuando el subdirector me respondió.

—Gracias, señor —respondí con un suspiro, a punto de relajarme cuando un gruñido bajo volvió a coaccionarme.

—No se dé por perdedora tan rápido, Srta. Olivan —el aura del príncipe lycan era como una mano que se aferraba alrededor de mi cuello—. Parece desesperada por no ser mi Serafina.

—No, no, su alteza, cómo cree, sería un hon…or… —me dejó con la palabra en la boca y se giró, mostrándome su ancha espalda.

Con un resoplido enojado se alejó con pasos firmes, terminando la conversación cuando le salía de los huevos.

¡Maleducado!

Pero al menos todos pudimos respirar sin su presencia asfixiante.

Creo que el suspiro fue generalizado.

—Vayan a descansar, nos encargaremos de las otras competidoras.

El hombre de cabello rojizo identificado como el subdirector de la Academia nos dio la orden.

Estaba más que agradecida y solo pensaba en tumbarme en cualquier esquina.

Cojeando, me alejé hacia lo que parecía una de las salidas de la arena.

Sin embargo, solo hice poner un pie dentro del pasillo y unas garras se cerraron sobre mi hombro haciéndome girar de golpe.

El dolor del hombro y el tobillo casi me hace gritar, pero apreté los dientes y aguanté, sacudiéndome su agarre.

Sabía muy bien que era ella y que esta competencia entre ambas solo me traería calamidades.

—¿Qué quieres conmigo? —la enfrenté sin miedo.

— Esto que hiciste hoy lo vas a pagar con tu vida —Miska me amenazó directamente, estirando las garras para destrozar mi rostro.

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