Lía asintió entre sollozos ahogados, las lágrimas resbalaban por sus mejillas.
Arthur se acercó y la abrazó fuertemente, quería protegerla como si fuera su hermana pequeña.
—No estás sola —le dijo, sintiendo un gran pesar por lo que estaba pasando.
Arthur sentía que su corazón latía rápido, un nudo se le formó en la garganta, no podía creer que estuviera abrazando a Lía en una habitación de hospital, mientras ella se desmoronaba entre sus brazos.
Siempre la había visto fuerte, la mujer que manejaba la empresa al lado de Mikkel, la que no se dejaba pisar por nadie. Y ahora estaba aquí, rota, temblando.
—No puedes ocultárselo a Mikkel —dijo al fin, separándose y mirándola a los ojos— él debe saberlo, eres su esposa, te ama, si se entera por otro lado... eso lo va a destruir.
Lía negó con la cabeza, sacudida por los sollozos, se sentía aterrada al pensar que Mikkel pudiera enterarse.
—No —suplicó— por favor, Arthur, no se lo digas, no puedo y no quiero que me vea así. No quiero que sufr