Mikkel ya estaba demasiado pasado de copas, pero insistía en seguir ahogando sus penas, no podía mantenerse un minuto más en pie, el cantinero decidió no servirle más alcohol, había notado que iba solo, y si seguía tomando así, se metería en problemas.
—¡Dame el maldito whisky! —ordenó Mikkel, tambaleándose, recargándose sobre la barra para no caerse.
—Ya te dije que no te daré más alcohol, estás hasta el cuello, es hora de que te vayas a casa —respondió el cantinero tratando de mantener la calma.
—¿A casa? ¡Esa no es mi casa! ¡Y no me digas qué hacer! —Mikkel alzó la voz, haciendo que lo voltearan a ver todos lo que se encontraban a su alrededor, su camisa estaba manchada de whiskey, su aspecto era desaliñado, su cabello que siempre acostumbraba traerlo peinado perfecto, era un desastre.
—Mira, no quiero problemas, lárgate tranquilo de aquí o tendré que sacarte —advirtió el cantinero, saliendo de detrás de la barra para acercarse, la actitud de Mikkel ya lo había hartado.
Aquello enf