93. Revelaciones y sacrificios.
El silencio de la cámara donde me encontraba parecía más pesado que cualquier grito de batalla, porque no había sonido que pudiera compararse con el eco de las decisiones que aún no se habían tomado, con la tensión que crecía como un hilo invisible entre los muros que me rodeaban, y yo sabía, con cada respiración que se me escapaba entre labios temblorosos, que aquella noche sería el umbral de un sacrificio del que no podríamos regresar indemnes.
La presencia del eco, cada vez más palpable y cambiante, se deslizaba como una sombra viva por los corredores, a veces tomando la forma de un niño que extendía una mano vacía, otras como un animal oscuro que acechaba desde las esquinas, y en cada manifestación había algo de ternura y algo de amenaza, como si su propia existencia quisiera ponernos a prueba, obligarnos a decidir si debíamos amarlo o temerlo, protegerlo o destruirlo, y yo, atrapada en medio de esas contradicciones, me sentía desgarrada entre mi deber de madre y mi instinto de gu