33. Nacer no es lo mismo que vivir.
Las raíces del bosque tiemblan bajo el peso de pasos que no pertenecen a la tierra, pasos que no buscan permiso ni silencian su llegada, sino que anuncian su presencia como si el mundo entero les debiera un espacio, un respeto, una sumisión implícita. Desde el templo lo siento antes de que lo vea, siento cómo las hojas más altas se sacuden, cómo los pájaros cesan su canto y las Betas a mi alrededor se tensan, se agrupan en los pasillos, cuerpos alertas, instintos despiertos, miradas que se encuentran y se apartan, respiraciones contenidas, pezones que se endurecen bajo la tela fina de la noche. No necesitan que les diga lo que se avecina; lo sienten en la sangre, en el temblor de sus cuerpos, en el roce interno de sus lenguas contra el paladar, y en el murmullo de su deseo anticipado.
La que llega no es cualquier Alfa. Es una mujer. Y no una mujer cualquiera.
Su nombre, Sira, ha llegado a mí como un rumor venenoso en la brisa de los últimos días, un murmullo temido entre las Betas que