Inicio / Hombre lobo / Cuando la luna susurra mi nombre / 27. Corazón de fuego, boca cerrada.
27. Corazón de fuego, boca cerrada.

El lobo solitario me observa desde la distancia cuando regreso, y aunque sus ojos cargan un brillo que podría confundirse con hambre, no hay exigencia en su postura, solo una quietud vigilante, como si intuyera que cualquier palabra podría deshacer algo que, en su naturaleza, nació frágil. No me pregunta dónde estuve ni qué busco; me tiende un trozo de carne asada sobre el fuego y un silencio denso que no incomoda, sino que me envuelve como un manto. Acepto ambos. Comemos sin cruzar palabra, el crepitar de las brasas es la única voz que nos acompaña, y cuando me levanto para marcharme, él tampoco intenta detenerme; apenas baja la mirada, ese gesto lento, casi imperceptible, que me dice que sabe que lo nuestro fue un puente en medio de la noche y no un lugar para quedarse.

Camino durante tres noches y dos lunas, y en ese transcurso mi cuerpo se afina como un arma bien templada; los sonidos del bosque se clavan más hondos en mis oídos, el olor húmedo de la tierra se vuelve más nítido, y
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